Capítulo I: La Enramada


Cauri, la señorial y cálida ciudad, abrigaba entre su lado más oscuro aquella casa rodeada de historias, de fantasmas y de mujeres misteriosas. Cauri, paradójicamente, era el símbolo de la fertilidad y la feminidad, en un pueblo donde las mujeres temían salir embarazadas, porque en aquella tierra, los niños morían antes de llegar al año.

Una ciudad que no se inmutaba ante el paso del tiempo. La segunda más chica de la República y la primera, quizás, en donde los humanos convivían con ángeles y demonios. Sus calles soportaban a diario, el rutinario andar de hombres y mujeres y el mecánico paso de los vehículos. Sus plazas y parques eran vigiladas por monumentos a los grandes Héroes y Reyes que levantaron la comarca en tiempos de la colonia.

Pero Cauri, ciudad de bruma, de secretos y de miradas fúnebres, atesoraba en su seno el centro de fiestas más grande de la región; Una Casona de antaño, con largas columnas y árboles que custodiaban la entrada principal, y en la puerta un diminuto aviso que indicaba:“La Enramada”,un arete que sobresalía en el corazón de la madera y un tapiz adornado con la Luna y el Sol en perfecta armonía, le daban la “Bienvenida” al viajero o al cliente de paso. De esta casa se decían muchas cosas: Se detenía el tiempo, se ganaban amores o se perdía la vida.

La “Enramada” era un sitio místico, mágico, alegre. En ella, se desbordaban las lentejuelas, la escarcha y los perfumes mezclados entre el cigarro y el alcohol. Un sinfín de historias se construían en su interior, un extraño contonear marcaba la hora y una luz, la luz escarlata de la esfera de cristal, hechizaba a mujeres y hombres por igual.

Era la llamada hora del “Ángelus”, pero esto sólo lo sabía Lucrecia.

A su paso, un distinguido caballero se alza el sombrero y le tiende la mano para que suba sin tropiezos los primeros escalones. El vehículo había quedado a escasos metros de la puerta principal, y un concierto particular de sonrisas y tambores se escapaba ante el cadencioso baile de una mujer que ataviada en Rojo Sangre, enroscaba una serpiente en su garganta.

Avanzaron hacia la barra. Sus ropas sobresalían ante el barato desfile de vestidos de flores y camisas arremangadas. Él, era un muchacho de rostro vivaz, alegre y Mujeriego, vestía un bien cortado traje de color azul. Victoria, su acompañante, cubría la mirada con gafas que le abarcaban hasta el pómulo, alta y de contextura delgada, expandía su pecho al ritmo de la respiración. En sus manos, surgían vigorosas tres pulseras doradas.

Su piel, blanca y  de finas facciones, cobraba mayor lucidez al ser adornada con dos ojos azules que asemejaban las límpidas aguas del mar.

Aquellas dos figuras perdidas en el centro del salón eran: Victoria y su gran amigo Aquiles.- Las 7:00 de la noche, hemos esperado lo suficiente como para que nuestra cita ya haya llegado, dijo la chica con tono de preocupación. 

-¡Vaya lugar que has escogido para tu “aventura”!. Yo sé que no debo hacer preguntas inútiles, pero ¿Cómo es que has concebido encontrarte con alguien en un sitio como este?.- Increpó el Joven acompañante. -Mi querido amigo, en la Vida siempre tenemos una cita con Dios, cada segundo que transcurre de nuestra existencia tenemos una cita con nuestro destino… Además, ¿Me vas a decir que tenías algo mejor que hacer que estar aquí?, relájate, de seguro podrás conseguir algo para ti.

El hombre la miró pasmado. .-Ja! ¿Ahora me vas a decir que te encontrarás con Dios aquí?.

Con movimiento seductor, Lucrecia, la que llamaban “La Gitana” bajó del escenario y se acercó hasta los inquietos jóvenes. .-Nunca dude usted de eso, quizás Dios puedo ser Yo.

En el salón había varias parejas bailando. Lucrecia se perfumó con aceite de almizcle, guardó algunos billetes que había obtenido después de danzar y alisó las mangas de su vestido. Victoria encendió un cigarrillo, aspiró el humo… bebió un sorbo del licor que le habían servido  y tiró los lentes sobre la barra.- He venido a que me lean las cartas, he conversado con un viejo amigo y me ha dado algunas recomendaciones sobre usted, le dijo titubeando la chica.

La Gitana la miró sonriente y dijo:  .-Supongo que su amigo es el Periodista. Nunca pudo recuperarse de la muerte de su hijo. Pero algo le advierto: En la “Enramada” siempre ronda la muerte  y el crimen.

La Mujer a la que nadie se atrevía a llamar por su nombre se acercó a Lucrecia. No se sabía muy bien quién era, ni de dónde venía pero le llamaban “La Gran Dama”, los más ancianos decían que ella era la Aluca (Demonio Mujer) misma. 

.-Así vas asustar a los clientes. Yo sólo tengo que decir que en la “Enramada”  sólo hay Bondad, Paz y alegrías. -Descuiden, interrumpió Victoria, las citas siempre son un preámbulo a grandes aventuras… No le temo al destino.

Victoria y Aquiles caminaron guiados por la Gitana. Una mesa cubierta con fino mantel, extraños signos dibujados en la pared y oraciones celtas recitadas por Lucrecia, dieron inicio a la consulta. Un mazo de barajas se extendía sobre la mesa. 

.-Veo que este no será un día perdido. La primera carta que ha salido es la Trece (13); ¡El Arcano de la Muerte!. Victoria miró a Aquiles. No pudo ocultar el temor que le causaba aquella revelación: “El Arcano de la Muerte”. De repente, todo se nubló, había gritos en el salón contiguo y la serpiente emergió arrastrándose por el pasillo. El silenció gobernó en el cuarto, Lucrecia se contoneaba al compás de un ritmo casi imperceptible, tomó a Esmeralda entre sus hombros e hizo sonar campanillas.

.-Que haya salido la carta Número 13, no significa que vas a morir. No “por los momentos”. Jajajjajajajaja.- dijo la Gitana en medio de la risa. 

CONTINUARÁ…

Aleks Syntek - Historias de Danzón y de Arrabal

El Circo de los Monstruos

AQUELLA TARDE,
lo vi enmudecido,
blasfemando y vomitando infectos líquidos,
descalzo y harapiento,
moribundo por las úlceras de su piel,
estaba allí, con el corazón a carne viva,
estrellado y atosigado por las luces,
el infinito estridente de la trompeta y el silbato,
a la imagen y semejanza, pero de toscos moldes,
con grilletes perseguía su libertad,
mutilados sus dedos, incapaz de sanar,
Dios le había olvidado,
y un público hambriento de impurezas
babeando sus infantiles esperanzas
allí estaba lo elementalmente necesario,
para alguien que había perdido la FE
el espejo y YO.

Mi adorado Tormento.

A mi musa inspiradora. 

Mi Adorado Tormento. Todo parece que me ha dado por extrañarte. Hay cosas que sencillamente no puedo decirte mirando a la cara, porque me distraigo con la hermosura de tu belleza. Me divierto admirando la línea que recorre tus labios gruesos y malévolamente seductores. Tus labios pecaminosos, carnales y diabólicos. 


Me abstraigo mirando tus ojos, recordando esa extraña costumbre que tienes de marchitarlos a la luz del sol, sólo para que te cambien de color. Tus ojos de niña tímida y ensimismada. Toda tú eres una contradicción llena de delicados y toscos detalles. Actúas como una desenfadada Amazonas, pero a la vez eres la encarnación de la bella Afrodita. Mi ninfa colorada, mi musa inspiradora. Así eres tú, perversa y milagrosa a la vez. 

Añoro esos abrazos que nunca nos dimos. Y debo confesar, que muy a pesar de lo que irradias cuando te maquillas, lo detesto. Odio tu maquillaje, porque te hace parecer más altiva, más independiente y glamorosa. Y yo no te quiero así, te anhelo con tu cara lavada, con tu sencillez de mujer, porque así puedo protegerte y llenarme de ti. Soy egoísta, lo sé. Vivo por ti, por tus caderas y tus largas y delgadas piernas. 

No recuerdo el aroma de tu perfume, nunca te importó cubrirte de jazmines u orquídeas. Simplemente así eres. Mi beldad incesante, deja que te cuente el mundo que ven mis ojos, este que te relato con aquellas palabras que se dicen, para no decir amor.  

Me ha dado por extrañarte. En estas líneas, quiero homenajear esos detalles, esa voluminosidad de sentires que hay en tu piel. Tus manos, con tus largos y delgados dedos. Esas que tienen la capacidad de metamorfosearse. Así eres tú, una virgen con rostro de porcelana. Una niña desprotegida, hilvanando sueños bajo la lluvia mientras pierde su antifaz de mujer devoradora de hombres. 

Sumergida en la pureza del agua, puedes ser tu. Con tus largos y finos cabellos destilando deseos y alucinaciones de ardiente pasión. Divina mujer, vino que embriaga los pálpitos de mi corazón. Así eres, una sirena que hipnotiza marinos con cánticos angélicos. Vampírica ilusión que nubla mis noches en extasis maldito. 

Mordido por el áspid del encanto me has dejado, idolatrando tu estirpe. Reencarnación del tintín de los deseos, que exaltan los sentires al paso del amante cautivo. Debo confesarlo, hay condenas que se ansían. Estoy contigo, envuelto en espirales de místico curso. Mi amor oculto, que todo lo abarcas en la unidad del alma, luz radiante y tiniebla oscura, la vida escondida que vibra en cada átomo, mi lindeza incesante, me has dado todo y todo me lo has quitado. 

Mi adorado tormento, es tu día. La naciente diosa se bendice por la gracia de la providencia. No te olvides que más allá de los avatares del tiempo y de los recuerdos que se han empacado, persiste nuestro encuentro.

Palomo y la Trucha, en el Paso de los Andes.

Erase una vez un hermoso caballo blanco, de pelaje tan puro y tan liso que parecía haber sido tejido por los ángeles. Sus ojos eran azules, límpidos y profundos como el Mar Caribe. Su relincho era bravío y elegante, propio de la estirpe de sus antepasados; todos comentaban que su Tatarabuelo Pegaso, había conducido al invencible Hércules por los senderos más increíbles, cabalgando, inclusive, por sobre el mismo cielo. Palomo, era su nombre, equino de corazón y coraje envidiable. Sus patas, fuertes y ágiles, recorrieron muchos kilómetros en compañía de hombres y mujeres que luchaban por un sueño: La Libertad de su pueblo. 

Era el tiempo de Palomo, quien fue escogido por Dios para que acompañara al Libertador Simón Bolívar, en la gesta independentista que llevó a América a romper las cadenas de la opresión. Cierto día, en que Palomo se acercó a un arroyo ubicado en los Andes Venezolanos para beber un poco de agua, se sorprendió cuando una Trucha, dando saltos desesperados, se dirigió hacia él diciéndole:

-¡Ey Tú, ayúdame a salir de aquí!

Palomo lo miró extrañado, se acercó un poco más y, soltando una carcajada, le dijo: -¡jajajaja!, ¿Acaso no te has dado cuenta que si sales del agua vas a morir por falta de oxígeno?

-Yo me cansé de nadar, quiero aprender a caminar. ¡Anda, ayúdame!.

-No es tan fácil como parece amigo, yo quisiera volar, pero no tengo alas. ¿Cómo vas a caminar tú, si ni siquiera tienes patas?


-Por eso es que quiero que me ayudes, necesito llegar hasta la Piedra del Indio, allí podemos encontrar a Chía, la Diosa Lunar, y pedirle que conceda nuestros deseos.

-¡Tonta Trucha!.- Exclamó Palomo-. ¡Chía es sólo un cuento para niños y cachorros!, y tú y yo, no somos ni lo uno ni lo otro. Y diciendo esto último, volvió a soltar una carcajada.

-¡Anda caballito!, vamos llévame contigo. Insistió la Trucha dando saltos sobre el agua.

Palomo miró al pez con incredulidad y le dijo:- ¿Cómo se supone que vas  sobrevivir fuera del agua?

-Fácil, llevaré un poquito de agua dentro de una bolsa y cada cierto tiempo me alimentaré y tomaré de ese oxígeno, además puedes lanzarme al agua varias veces y así no moriré.

-Tengo que pensarlo, le dijo el caballo a la Trucha. Tengo responsabilidades con mi amo, es el Libertador de las Américas, no puedo abandonarlo así.

La Trucha se quedó en silencio por unos minutos. Estaba sorprendida. Se hundió en el agua y dio un gran salto.

-¡Vaya!, si eres Palomo, el Caballo de Don Simón Bolívar. Ahora más que nunca estoy convencido de que sería un honor hacer esta travesía contigo. ¡Llévame, vamos a ver a Chía!
Palomo posó su mirada sobre el General, vio a su alrededor,  contempló a los soldados, cerró y abrió los ojos, miró a la Trucha y, finalmente, le dijo: Déjame pensarlo esta noche y mañana te doy una respuesta.

El caballo se dio media vuelta y se dirigió a la carpa donde estaban los oficiales y el Libertador. Los vio conversando, trazando estrategias para las batallas y escuchó a Don Simón decirle al Patriota Francisco de Paula Santander, que pronto se avecinaría un enfrentamiento con un realista de apellido Barreiro, y que por eso debían viajar por la ruta que conduce hacia la llamada “Piedra del Indio”.

Escuchando esto, el caballo soltó un relincho de emoción que estremeció la montaña. Don Simón caminó a prisa, se acercó hasta él y le acarició el lomo, pasó su mano por la cara y le dijo: Tranquilo Palomo, todo estará bien, recuerda que “Con valor se acaban los males”. Luego, se marchó a la carpa.

Al amanecer, el Caballo se dirigió hasta el arroyo y allí se encontró con la impaciente Trucha que daba saltos sumergiéndose una y otra vez en el agua.

-¿Qué has decidido amigo, me llevaras contigo?

-Has tenido suerte, Don Simón ha trazado la ruta justo por el sendero que nos conducirá hasta la Piedra del Indio, partiremos al medio día.

-¡Hurra, Hurra! Gritaba sonriente la Trucha. ¡Gracias amigo, gracias!.

-Palomo lo miró serio y le dijo: Vendré por ti en unas horas, procura abrigarte bien para qué no te congeles y consigue lo necesario para que no mueras a falta de oxígeno, no quiero ser responsable de eso.

-Tranquilo caballito, dijo la Trucha sonriendo felizmente, ya verás que tengo todo “fríamente” calculado.

Al llegar la tarde, Palomo se acercó al arroyo y recogió a la Trucha, que se escondió entre el pelaje que caía de la cabeza del caballo. Al verla, no pudo aguantar las ganas de reírse y soltó una carcajada, la Trucha estaba cachetona y gorda de tanta agua que recogió para el camino.

-Ya verás que seremos un gran equipo, cuando pueda caminar te acompañaré en las batallas y junto  al General de los Generales, Don Simón Bolívar, contribuiré a la Independencia plena de América.

El Caballo lo miró y le dijo: Me enorgullece tu sentido Patriótico, ojalá esto de Chía no sea sólo una fábula, si pudiera conseguir alas como las de mi ancestro Pegaso, no sólo libertaremos la tierra, sino que elevaremos hasta el cielo el ideal Bolivariano. Ahora dime tú, pequeño pececito, ¿por qué quieres caminar, si en tus aguas eres un rey, si navegas a todos los sitios que quieres y tienes lo suficiente para subsistir?

-Déjame que te cuente el mundo que ven mis ojos, le dijo el Pez. En el agua, no hay guerras, sólo la de supervivencia, pero ya esa es cuestión de la naturaleza. Yo quiero hacer más, quiero correr, quiero enarbolar la bandera, dejar mis huellas en la arena y gritar: ¡Libertad! Yo quiero ser un soldado de la Independencia.

-Es un sueño muy heroico. Es una hazaña muy grande y descabellada a la vez la que quieres lograr. No creo que vivir en el agua sea tan malo, después de todo, las cumbres nacen en el fondo del mar. Lo que la tierra no nos da en alimento, nos lo dan los mares y los ríos, con el agua saciamos nuestra sed y refrescamos nuestros cuerpos.

-¡Yo quiero hacer más!- Gritó la Trucha.-

Bueno, esperemos entonces que al cruzar esta montaña, encontremos a Chía y que nuestros sueños se hagan realidad. Y así fue como Palomo y la Trucha, caminaron por varios días, parando de vez en cuando para que el inquieto pez se sumergiera en el agua que proveía el arroyo. Finalmente, llegaron hasta la “Piedra del Indio”, esperaron hasta la noche para separarse del ejército Patriota y galoparon hasta el bosque. Llegaron a un sitio cuya claridad parecía sobrenatural, estaba cubierto por míticos arcoíris y, en el medio, una enorme piedra de color ámbar adornaba el paisaje. A la orilla del camino, corría caudalosamente el agua pura y transparente.

-¡Chía, Chía!- Gritó desesperada la Trucha. Hemos venido a tu encuentro, venimos desde muy lejos, queremos conversar contigo, ¡Chía, Chía!

Palomo, miró alrededor, no vio nada, todo estaba en calma. Se acercó a la Trucha y le dijo: Todo está bien, sabíamos que era sólo una fábula para niños y cachorros.

La Trucha se entristeció. De un saltó se montó en el lomo del Caballo y le dijo: Volvamos con Don Simón, allá sí que nos esperan. De pronto, se empezaron a formar burbujas en el agua, allí apareció Chía, altiva, como reina de todo lo invisible, hada lunar que se abrió paso entre el río, su vestido estaba adornado por estrellas de mar y el cabello rojo, tan rojo como la sangre que bombea esperanzas, estaba coronada con un lucero.

-Sé a qué han venido, les dijo Chía. Pero, mis pequeños y valientes amigos, no me es posible hacer realidad sus deseos, ustedes han sido creados de manera que cada uno pueda aportar lo mejor de sí al mundo. Pececito amado, aún cuando no puedas caminar, puedes llevar el mensaje del Libertador por los Mares, por los ríos y las lagunas, tú eres valioso en el agua porque aportas vida y alegría al mundo marino. Y tú, Palomo, orgulloso debes estar por ser quien lleva sobre su lomo al General Simón Bolívar, no importa que no tengas alas, tu valor te hará recorrer caminos sorprendentes y llevaras a la América a conseguir la ansiada libertad. Ya verán ustedes dos, que no importa como hayamos nacido, ni de qué color sea nuestra piel o que forma tenga nuestro cuerpo, lo que importa es lo que hagamos con nuestra vida y el aporte que dejemos en el mundo. Sean felices con lo que tienen, cultiven su amistad. Recuerden que la felicidad no se mide por la forma que tenemos, sino por lo que guardemos en el corazón.

Los dos amigos se miraron sorprendidos, se abrazaron y caminaron juntos hasta la carpa de Don Simón, allí se dijeron: Chía tiene razón, aún debemos recorrer un gran camino, demos lo mejor de nosotros para que contribuyamos a la construcción de la Patria que queremos, lo que verdaderamente importa son los valores y principios que nos hayamos inculcados.

La Trucha se despidió agradecida de Palomo y volvió al agua, de la que de vez en cuando salía a saltos para saludar a Palomo y conocer de las hazañas del Padre de la Patria y así poder contarles a todos los animales del mundo marino lo que significaba la Libertad, expandiendo más allá de Nueva Granada el ideal Bolivariano y elevando más allá de los libros mantuanos de la historia Venezolana, el pensamiento y la gesta de Palomo, el caballo blanco de Simón Bolívar, el tataranieto de Pegaso y su gran amigo.

Ana.

mi musa inspiradora.

Aquella tarde, en la que miraba el retrato del chico que más adelante la haría llorar, sonó el teléfono. Del otro lado, la respiración acelerada de un hombre la hizo titubear. -¿Quién llama?, ¿Quién es?. David no tuvo la valentía de decir palabra alguna, escuchó su voz y decidió cortar la llamada enseguida, apretó la bocina contra su pecho y suspiró. Aún se lamentaba por haberla dejado ir, se culpaba de ser un cobarde. En su cerebro retumbaba el recuerdo de aquella tarde: La vió venir y con ello el abrazo que siempre anheló, miró sus labios, sus perfectos labios y su sonrisa tan desquiciadamente perfecta. Simplemente ella era así, más de lo que él mismo había pedido. Sus manos delgadas se unieron a las de él, mientras le susurraba al oído: "Pareces un Oso". 

No sabía de qué manera o el por qué ella lo había comparado con ese animal. Era sábado en la tarde, a su alrededor, árboles de eucalipto les custodiaban, decidieron tumbarse en la grama. Ana siempre le pareció imperfectamente hermosa. Ese día también le entregó una carta, de esas que no tenían congruencia, una cursilería casi sin sentido. -Ojalá pudiera quedarme todo el tiempo contigo así- pensó- anhelaba que sus besos, esos que nunca se dieron, duraran hasta siempre, o por lo menos hasta el lunes. 

Habían silencios que parecían eternos. Silencios que aprovechaban sus manos para deslizarse por su abundante cabellera castaña. Ana tenía todo y nada a la vez. Una nariz pequeña, adornada con un lunar y unos ojos brillantes que arrasaban con el mundo, una piel canela suave como el algodón, dedos delgados y traviesos. Así era ella.

El teléfono volvió a sonar. La chica saltó de la cama y contestó: -¿Quién es, porque no habla?. Esta vez, David se armó de valor y le dijo casi titubeando: -Soy yo, David, te necesito. Y al decir esto, sintió que se hundía en un mar de incertidumbre. -David, suspiró ella, ha pasado algún tiempo, no sé cómo decirte esto... Hubo una pausa. -No digas nada, él la interrumpió.

- Estoy embarazada. Y esas palabras se sintieron como mil puñales que atravesaron el corazón del chico, quizo colgar la llamada y salir corriendo; sin embargo, pudo responderle: -¿Embarazada?. -Sí, me voy a casar. -Yo..., el chico no supo como, pero toda su esperanza y su aplomo se desvanecieron al instante. "Embarazada" "Embarazada" "EMBARAZADA", cada vez que su cerebro lo repetía, un puñal se clavaba en su corazón. -Yo... continuó, te amo. Y diciendo esto, suspiró.  

-No puedes venir y decirme esto, ella fue más contundente. No ahora, ya mi vida está hecha. Al escuchar esto, él colgó la llamada. David quiso llorar, ahogarse con sus propias lágrimas, salir de allí y correr sin rumbo hasta llegar a ningún lado. 

Así era ella, pero él no supo amarla como quiso. El silencio se apoderó de los días. 

Ana regaló su besos y sus mañanas al hombre que sembró la semilla en su vientre. Esa tarde, en la que se reunieron los familiares, él se levantó, la miró altivo y simplemente dijo: -No puedo casarme contigo, ese hijo no es mio. Ella no quiso llorar, lo miró suplicante, quiso tomar su mano y él la esquivó, mientras repetía: No me puedo casar contigo, ese niño no es mio. Ana corrió a su casa, llena de dolor y de odio, cubrió sus sábanas de llanto y de nostalgia. 

Nueve meses después, David se levantó agitado. La Noche le había traído el recuerdo de Ana, ese día soñó con un parto y con un niño hermoso que llegaba al mundo. Quiso que fuera real, estar junto al bebé y contar sus dedos, acariciar su piel, oler su perfume natural, simplemente tomarlo entre sus brazos y protegerlo para siempre. Pero esos pensamientos se desvanecieron con la llegada de otro: Ella estaría casada y feliz. La última vez que la vio, tenía tres meses de embarazo, fue tan torpe que no quiso dirigirle la palabra, simplemente la apartó de su camino mientras le gritaba: -¿A qué viniste, a burlarte de mí?. Y ella se quedó allí, impávida, sin decir nada.

La navidad había llegado a sus tiempos. Atardecía en domingo cuando se tropezó con Rosa, una de las mejores amigas de Ana. Y allí volvió el círculo a su inicio. Conversaron del bebé, de la soledad, de las palabras que no se dijeron, pero lo más importante, Rosa le indicó a David donde podía encontrarla. Había pasado casi un año desde aquella vez que se encontraron cara a cara. Era 19 de Diciembre, tocó la puerta con más nervios que emoción. Había llegado hasta allí como un autómata, no sabía ni qué le iba a decir ni cómo iba a reaccionar. Sólo para tener un pretexto, llevó chocolates. 

A la segunda vez que llamó a la puerta, ella salió. Todo pasó en segundos, hubo un silencio, un micro silencio que pareció eterno. Ambos sonrieron y él dijo torpemente: "Feliz Cumpleaños". Quiso abrazarla, robársela al mundo y marcharse con ella, quiso besarla, tocar sus manos, gritarle que le amaba, que aún le amaba. -Por lo menos abrázame, dijo ella sonriendo. 

Fue también un micro abrazo. Ella le tomó la mano y lo llevó hasta el cuarto. Y fue allí, cuando David se olvidó del pasado y de las soledades, todo tenía sentido de nuevo. En la cuna, reposaba un bebé, una criaturita indefensa, con sus manos pequeñas, su cabello negro, sus mejillas rosaditas. Ella lo sacó y se lo entregó. David ni siquiera pensó en el padre del niño, sólo quería que ese momento fuera eterno. Lo miró fijamente, si había algo como el "cielo", sólo podía compararse con ese instante. Finalmente, sus ojos se encontraron

A partir de allí, supo que había esperanza.


...CONTINUARÁ...

TACAZURUMA, EL CACIQUE DE SANGRE AZUL

Hace mucho tiempo atrás, cuando la tierra firme estaba rodeada de agua, existió un Cacique de Nombre Tacazuruma. Sus ojos eran tan oscuros y redondos que con sólo mirarlos se erizaba la piel, su fuerza era comparable a la de cientos de búfalos. Su cuerpo, lo cubría con el cuero de las reses y en su cabeza, reposaba un penacho elaborado con plumas de Avestruz. Era el gobernante de todo el Valle, la tribu le respetaba y le admiraba por su grandeza e ingeniosidad. Era hijo del Piache de la Tribu, un Indígena que utilizaba sus facultades místicas para dominar a las aves, haciéndose acompañar siempre de una bandada de Guacamayas azules, su nombre era “Hua kamanjó”.

Tacazuruma, tenía por esposa a la India Mara Hara, hermosa y aguerrida mujer de bronceada piel y de cabellos tan negros como el azabache y tan largos que servían para arropar a la tribu en épocas de frío, ella solía entonar cantos tribales a la orilla del río, en honor a la gran serpiente de color arco iris que resguardaba al valle de los extranjeros invasores. Cierto día, el cielo amaneció cubierto de nubes grises, y presintiendo que se avecinaría una tormenta, Tacazuruma salió a cazar más temprano que de costumbre. Cogió su lanza y se montó en la espalda el arco y la flecha. Ucare y Uayo, que eran sus hermanos, fueron con él a internarse en las montañas. Cuando estaban ya en el bosque, divisaron una manada de venados y de cerdos salvajes, se separaron y fueron cada uno por su lado. 
 
Tacazuruma corrió por el borde de la montaña, pero cuando estaba próximo a capturar al animal, resbaló y cayó por el barranco. Golpeó el suelo con su cuerpo y estuvo inconsciente por largo rato. Al despertar, se halló frente a una cueva oscura y húmeda. Escuchó el rugido como de un Tigre y luego una voz lúgubre que le llamó por su nombre: ¡Tacazuruma, Tacazuruma!. 
 
El indio se armó con el arco, e incorporándose totalmente, dijo en su lengua nativa: “¿Quién anda allí?, tú voz me es desconocida y si vienes en mi contra, te advierto que encontrarás la muerte”. De la cueva se oyó otro rugido, y fue tan alto que las aves volaron esparciéndose por todo el cielo. Y la voz masculina le dijo: “No vengo a luchar contra ti, tengo un mensaje de tus ancestros, de aquellos que están en Ara Onú (El Cielo) “. 
 
De pronto, la vista de Tacazuruma quedó asombrada y su cuerpo paralizado, de la Cueva salió un Tigre, tan grande como un elefante y era él el que le hablaba. “Mi nombre es Kenkú, y soy el Rey de la Selva y de todo lo que te rodea. Debes reunir a tu tribu y marcharte a lo alto del valle, más allá de dónde se pierde el sol. Muy pronto se avecina una guerra, hombres de piel blanca y lengua extraña vendrán a robarles sus tesoros y abusar de sus hijos y a destruir sus chozas”. 
 
El Indígena, armándose de valor, respondió: “¡Lucharé!, somos guerreros, jamás permitiré que mi estirpe sea dominada”.

-”¡Deben marcharse!, rugió el Gran Tigre. Esta batalla no es igual a otras. Es mandato de los Dioses, y si no obedeces, serás responsable de la muerte de tu familia”. Y así, sin dar oportunidad a que Tacazuruma refutara sus palabras, de un salto se perdió dentro de la cueva. 
 
Aún confundido, el Cacique levantó una piedra y comenzó a dibujar en las paredes la imagen que Kenkú había dejado grabada en su memoria, para así poder enseñarles a sus hermanos lo que sus ojos habían visto y lo que sus oídos habían escuchado aquella tarde. Al llegar a la tribu, contó lo sucedido a su padre, quien enseguida recogió todo el oro que guardaba para sus adornos y los arrojó al agua, ofrendando a la serpiente. -”Lleva a tu familia lejos de aquí, no permitiremos que nos hagan daño. Me encargaré de hablar con la dueña del Arco Iris para que hunda las naves del invasor”. Fue así, como Hua Kamanjó se montó en su curiara y al navegar lo suficiente, se lanzó al río.

Tacazuruma, quien ahora llevaba el penacho azul de su padre, tardó siete días en mudar a su tribu hasta lo alto del Valle. Pasado algún tiempo, la India Mara Hara, quien estaba embarazada, decidió ir hasta las riberas del río a conversar con la gran serpiente y al llegar se encontró con un hombre de piel blanca que vestía extrañas ropas y montaba sobre un enorme animal. Asustada, buscó el camino de regresó a la tribu, pero el invasor la perseguía. En ese momento, el disparo de una flecha sorprendió al extranjero y lo hizo caer del animal. Era Tacazuruma que había llegado a rescatar a su mujer. “¡Corre!”.- Le gritó. La mujer se internó en el bosque y escaló a lo alto de una loma, allí vio la batalla, más de cien hombres habían rodeado a Tacazuruma, luchó sin cesar, dio muerte a varios de ellos, hasta que una extraña detonación lo hizo caer al suelo, derramando su sangre sobre el penacho que se destiñó, cubriendo cada piedra del cerro con un color azulado. 
 
En ese momento, los dolores de parto invadieron a Mara Hara quien dio a luz a dos niños, una hembra y un varón a los que llamó: Tacariuá y Huiué. Luego lloró, y fueron tantas sus lágrimas que el río que rodeaba al Valle se transformó en lago. Cuando sus hijos crecieron, abandonó la tribu y se fue junto a su hermano Huaica a luchar contra los Españoles.

Y así sucedió, Tacazuruma se sacrificó por defender a su tribu y con su sangre cubrió el Valle, quien con el paso del tiempo sería conocido como “Cerro Azul”, recordándole a sus pobladores que desde ese entonces, él es el guardián de esa tierra y que gracias a su hazaña heroica, nacieron sus hijos, los que hoy se conocen como Güigüe y Tacarigua.

Voluntad de Fuego.

Muchas de las cosas que dejan de hacerse o se hacen mal, 
simplemente es por falta de voluntad.

Debo reconocer que tengo tiempo guardando palabras que he querido expresar, sólo que no había podido descrifrar si realmente quería escribir sobre los sueños, sobre la esperanza o sobre eso que nos mueve a hacer las cosas: La Voluntad. Pero aquí, emulando las palabras de un personaje de Animé Japonés, he decidio conjugar ese motorcito interior, esas ganas de hacer, con uno de los cuatro elementos de la naturaleza, quizás el más utilizado en religiones y rituales: El Fuego.



Así es, lo he decidido y decretado: MI VOLUNTAD ES DE FUEGO.

Y es que no me puedo engañar, siempre he considerado que por màs agua que se derrame del cántaro, el fuego no podrá extinguirse. El Fuego no se limita y menos hace distinciones. Es un arma de doble filo: Crea y destruye a la vez. Es que hasta tiene ese macabro "Don" de embelesarnos y hacernos creer que con las llamas se borran los recuerdos. Recientemente leí está frase: "Los recuerdos son la mejor historia del ser humano". Si tuviera al "Fuego" delante de mí, le diría: ¿Cómo te quedó el ojo?. Es que ni convirtiendo en cenizas a nuestros seres queridos, logramos olvidarlos. Más bien cada día rescatamos esos momentos que se van diluyendo en nuestro cerebro, porque anhelamos volver a vivirlos por una segunda vez.

"Con el amor se hace la paz". 

Hay una especie de llama en nuestro interior, según mi creencia, que en algunos flamea con más intensidad que en otros. Por esa sencilla razón es que hay Gerentes más exitosos que otros, esposas más amadas, hijos más pródigos, alumnos más destacados... ¿Qué pasa cuando la chispa de un automóvil es encendida por un combustible más potente que el comúnmente utilizado?, pues su llama arderá de manera distinta. Eso mismo pasa con la Voluntad, cuando realmente tienes deseos, ganas, motivación para hacer las cosas, sencillamente las harás y eso te convertirá en una mejor persona, un buen trabajador, un amante inolvidable, un estudiante reconocido. No se trata de magia, ni de conjuros, ni de invocaciones, es sólo eso: Ganas de hacer. 

"La Voluntad de Fuego afirma que todo verdadero ninja de Konoha debe amar, creer, proteger y luchar por el bien del pueblo y de lo que cree".

En este punto, no sé si perdí el norte de mi idea original... Simplemente me dedicaré a darle algún sentido a todas las ideas que revolotean en mi cerebro.

En algún momento de nuestras vidas todos hemos amado. Es más, creo que nunca dejamos de amar. Creemos en un ser supremo, tenemos ideales, al convertirnos en padres o madres, despierta en nuestro interior un derecho divino y animal de proteger a nuestros hijos. Entonces si, es cierto, existe una llama dentro de nosotros que flamea, que alimenta nuestras ganas de hacer... eso es la Voluntad de Fuego.

Ya lo descubrieron, esta idea de la Voluntad de Fuego, la aprendí del Animé Japonés que versa sobre la vida del Ninja "Naruto Uzumaki" y en realidad debo confesar que jamás pensé que podía quedar atrapado en esa trama, y es que en realidad es todo un mundo, pero no cualquier mundo... Sino uno lleno de valores como la Amistad, la Lealtad, la Tenacidad, la Esperanza, entre otros. Ni hablar de la importancia que se le otroga a los vínculos (afectivos). Confieso que he utilizado varias de las historias como ejemplo en los conversatorios de "Ética y Moral" en los que he tenido el honor de participar.

Ya el tiempo que me he robado, se me acabó... pero seguro ordenaré la idea y ampliaré mi tesis caótica poética sobre la "Voluntad de Fuego". 

"Lo más importante es tener el valor necesario para no retirarse nunca".

África

Suena en el silencio,
más a menudo se siente,
son aquellas palabras que han dejado los seres,
y trascienden entre los chasquidos del fuego.

Siente... es la voz del agua que acaricia el alma,
Escucha el silbato del viento,
ÁFRICA!!! resuena entre mis ancestros.

Los Muertos no están muertos,
aún cuando la maleza suspira
y las hojas sollozan,
ÁFRICA!!! son mis ancestros,
y es la sombra que se alumbra,
la pasión que se espesa.

Miro en la arena, en la palma y en la montaña
voy entendiendo, que los muertos no están bajo la tierra
están dentro de ti,
de la raíz del árbol que da vida,
del trueno que ensordece
del rayo que ciega,
de la luz que oprime
en las multitudes,
en el silencio.

Esta es la voz del viento,
el soplo del ÁFRICA mía,
de mis ancestros muertos
que siguen en pie,
aún no desvanecidos
mi vida es ÁFRICA y no se han ido.

No están Muertos!
Están en la mirada del cazador furtivo
del cascabel que llama,
del verde del bosque
dentro de ti,
dentro de mi,
Son mis ancestros!

África es mi vida,
y en la madera que gime,
en las letras que esbozo,
en la hierba que llora,
en la piedra que golpea, siempre estarás tu.