TACAZURUMA, EL CACIQUE DE SANGRE AZUL

Hace mucho tiempo atrás, cuando la tierra firme estaba rodeada de agua, existió un Cacique de Nombre Tacazuruma. Sus ojos eran tan oscuros y redondos que con sólo mirarlos se erizaba la piel, su fuerza era comparable a la de cientos de búfalos. Su cuerpo, lo cubría con el cuero de las reses y en su cabeza, reposaba un penacho elaborado con plumas de Avestruz. Era el gobernante de todo el Valle, la tribu le respetaba y le admiraba por su grandeza e ingeniosidad. Era hijo del Piache de la Tribu, un Indígena que utilizaba sus facultades místicas para dominar a las aves, haciéndose acompañar siempre de una bandada de Guacamayas azules, su nombre era “Hua kamanjó”.

Tacazuruma, tenía por esposa a la India Mara Hara, hermosa y aguerrida mujer de bronceada piel y de cabellos tan negros como el azabache y tan largos que servían para arropar a la tribu en épocas de frío, ella solía entonar cantos tribales a la orilla del río, en honor a la gran serpiente de color arco iris que resguardaba al valle de los extranjeros invasores. Cierto día, el cielo amaneció cubierto de nubes grises, y presintiendo que se avecinaría una tormenta, Tacazuruma salió a cazar más temprano que de costumbre. Cogió su lanza y se montó en la espalda el arco y la flecha. Ucare y Uayo, que eran sus hermanos, fueron con él a internarse en las montañas. Cuando estaban ya en el bosque, divisaron una manada de venados y de cerdos salvajes, se separaron y fueron cada uno por su lado. 
 
Tacazuruma corrió por el borde de la montaña, pero cuando estaba próximo a capturar al animal, resbaló y cayó por el barranco. Golpeó el suelo con su cuerpo y estuvo inconsciente por largo rato. Al despertar, se halló frente a una cueva oscura y húmeda. Escuchó el rugido como de un Tigre y luego una voz lúgubre que le llamó por su nombre: ¡Tacazuruma, Tacazuruma!. 
 
El indio se armó con el arco, e incorporándose totalmente, dijo en su lengua nativa: “¿Quién anda allí?, tú voz me es desconocida y si vienes en mi contra, te advierto que encontrarás la muerte”. De la cueva se oyó otro rugido, y fue tan alto que las aves volaron esparciéndose por todo el cielo. Y la voz masculina le dijo: “No vengo a luchar contra ti, tengo un mensaje de tus ancestros, de aquellos que están en Ara Onú (El Cielo) “. 
 
De pronto, la vista de Tacazuruma quedó asombrada y su cuerpo paralizado, de la Cueva salió un Tigre, tan grande como un elefante y era él el que le hablaba. “Mi nombre es Kenkú, y soy el Rey de la Selva y de todo lo que te rodea. Debes reunir a tu tribu y marcharte a lo alto del valle, más allá de dónde se pierde el sol. Muy pronto se avecina una guerra, hombres de piel blanca y lengua extraña vendrán a robarles sus tesoros y abusar de sus hijos y a destruir sus chozas”. 
 
El Indígena, armándose de valor, respondió: “¡Lucharé!, somos guerreros, jamás permitiré que mi estirpe sea dominada”.

-”¡Deben marcharse!, rugió el Gran Tigre. Esta batalla no es igual a otras. Es mandato de los Dioses, y si no obedeces, serás responsable de la muerte de tu familia”. Y así, sin dar oportunidad a que Tacazuruma refutara sus palabras, de un salto se perdió dentro de la cueva. 
 
Aún confundido, el Cacique levantó una piedra y comenzó a dibujar en las paredes la imagen que Kenkú había dejado grabada en su memoria, para así poder enseñarles a sus hermanos lo que sus ojos habían visto y lo que sus oídos habían escuchado aquella tarde. Al llegar a la tribu, contó lo sucedido a su padre, quien enseguida recogió todo el oro que guardaba para sus adornos y los arrojó al agua, ofrendando a la serpiente. -”Lleva a tu familia lejos de aquí, no permitiremos que nos hagan daño. Me encargaré de hablar con la dueña del Arco Iris para que hunda las naves del invasor”. Fue así, como Hua Kamanjó se montó en su curiara y al navegar lo suficiente, se lanzó al río.

Tacazuruma, quien ahora llevaba el penacho azul de su padre, tardó siete días en mudar a su tribu hasta lo alto del Valle. Pasado algún tiempo, la India Mara Hara, quien estaba embarazada, decidió ir hasta las riberas del río a conversar con la gran serpiente y al llegar se encontró con un hombre de piel blanca que vestía extrañas ropas y montaba sobre un enorme animal. Asustada, buscó el camino de regresó a la tribu, pero el invasor la perseguía. En ese momento, el disparo de una flecha sorprendió al extranjero y lo hizo caer del animal. Era Tacazuruma que había llegado a rescatar a su mujer. “¡Corre!”.- Le gritó. La mujer se internó en el bosque y escaló a lo alto de una loma, allí vio la batalla, más de cien hombres habían rodeado a Tacazuruma, luchó sin cesar, dio muerte a varios de ellos, hasta que una extraña detonación lo hizo caer al suelo, derramando su sangre sobre el penacho que se destiñó, cubriendo cada piedra del cerro con un color azulado. 
 
En ese momento, los dolores de parto invadieron a Mara Hara quien dio a luz a dos niños, una hembra y un varón a los que llamó: Tacariuá y Huiué. Luego lloró, y fueron tantas sus lágrimas que el río que rodeaba al Valle se transformó en lago. Cuando sus hijos crecieron, abandonó la tribu y se fue junto a su hermano Huaica a luchar contra los Españoles.

Y así sucedió, Tacazuruma se sacrificó por defender a su tribu y con su sangre cubrió el Valle, quien con el paso del tiempo sería conocido como “Cerro Azul”, recordándole a sus pobladores que desde ese entonces, él es el guardián de esa tierra y que gracias a su hazaña heroica, nacieron sus hijos, los que hoy se conocen como Güigüe y Tacarigua.

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África

Suena en el silencio,
más a menudo se siente,
son aquellas palabras que han dejado los seres,
y trascienden entre los chasquidos del fuego.

Siente... es la voz del agua que acaricia el alma,
Escucha el silbato del viento,
ÁFRICA!!! resuena entre mis ancestros.

Los Muertos no están muertos,
aún cuando la maleza suspira
y las hojas sollozan,
ÁFRICA!!! son mis ancestros,
y es la sombra que se alumbra,
la pasión que se espesa.

Miro en la arena, en la palma y en la montaña
voy entendiendo, que los muertos no están bajo la tierra
están dentro de ti,
de la raíz del árbol que da vida,
del trueno que ensordece
del rayo que ciega,
de la luz que oprime
en las multitudes,
en el silencio.

Esta es la voz del viento,
el soplo del ÁFRICA mía,
de mis ancestros muertos
que siguen en pie,
aún no desvanecidos
mi vida es ÁFRICA y no se han ido.

No están Muertos!
Están en la mirada del cazador furtivo
del cascabel que llama,
del verde del bosque
dentro de ti,
dentro de mi,
Son mis ancestros!

África es mi vida,
y en la madera que gime,
en las letras que esbozo,
en la hierba que llora,
en la piedra que golpea, siempre estarás tu.