Tacazuruma,
tenía por esposa a la India Mara Hara, hermosa y aguerrida mujer de
bronceada piel y de cabellos tan negros como el azabache y tan largos
que servían para arropar a la tribu en épocas de frío, ella solía
entonar cantos tribales a la orilla del río, en honor a la gran
serpiente de color arco iris que resguardaba al valle de los
extranjeros invasores. Cierto día, el cielo amaneció cubierto de
nubes grises, y presintiendo que se avecinaría una tormenta,
Tacazuruma salió a cazar más temprano que de costumbre. Cogió su
lanza y se montó en la espalda el arco y la flecha. Ucare y Uayo,
que eran sus hermanos, fueron con él a internarse en las montañas.
Cuando estaban ya en el bosque, divisaron una manada de venados y de
cerdos salvajes, se separaron y fueron cada uno por su lado.
Tacazuruma
corrió por el borde de la montaña, pero cuando estaba próximo a
capturar al animal, resbaló y cayó por el barranco. Golpeó el
suelo con su cuerpo y estuvo inconsciente por largo rato. Al
despertar, se halló frente a una cueva oscura y húmeda. Escuchó el
rugido como de un Tigre y luego una voz lúgubre que le llamó por su
nombre: ¡Tacazuruma, Tacazuruma!.
El
indio se armó con el arco, e incorporándose totalmente, dijo en su
lengua nativa: “¿Quién anda allí?, tú voz me es desconocida y
si vienes en mi contra, te advierto que encontrarás la muerte”. De
la cueva se oyó otro rugido, y fue tan alto que las aves volaron
esparciéndose por todo el cielo. Y la voz masculina le dijo: “No
vengo a luchar contra ti, tengo un mensaje de tus ancestros, de
aquellos que están en Ara Onú (El Cielo) “.
De
pronto, la vista de Tacazuruma quedó asombrada y su cuerpo
paralizado, de la Cueva salió un Tigre, tan grande como un elefante
y era él el que le hablaba. “Mi nombre es Kenkú, y soy el Rey de
la Selva y de todo lo que te rodea. Debes reunir a tu tribu y
marcharte a lo alto del valle, más allá de dónde se pierde el sol.
Muy pronto se avecina una guerra, hombres de piel blanca y lengua
extraña vendrán a robarles sus tesoros y abusar de sus hijos y a
destruir sus chozas”.
El
Indígena, armándose de valor, respondió: “¡Lucharé!, somos
guerreros, jamás permitiré que mi estirpe sea dominada”.
-”¡Deben
marcharse!, rugió el Gran Tigre. Esta batalla no es igual a otras. Es
mandato de los Dioses, y si no obedeces, serás responsable de la
muerte de tu familia”. Y así, sin dar oportunidad a que Tacazuruma
refutara sus palabras, de un salto se perdió dentro de la cueva.
Aún
confundido, el Cacique levantó una piedra y comenzó a dibujar en
las paredes la imagen que Kenkú había dejado grabada en su memoria,
para así poder enseñarles a sus hermanos lo que sus ojos habían
visto y lo que sus oídos habían escuchado aquella tarde. Al llegar
a la tribu, contó lo sucedido a su padre, quien enseguida recogió
todo el oro que guardaba para sus adornos y los arrojó al agua,
ofrendando a la serpiente. -”Lleva a tu familia lejos de aquí, no
permitiremos que nos hagan daño. Me encargaré de hablar con la
dueña del Arco Iris para que hunda las naves del invasor”. Fue
así, como Hua
Kamanjó
se montó en su curiara y al navegar lo suficiente, se lanzó al río.
Tacazuruma,
quien ahora llevaba el penacho azul de su padre, tardó siete días
en mudar a su tribu hasta lo alto del Valle. Pasado algún tiempo, la
India Mara Hara, quien estaba embarazada, decidió ir hasta las
riberas del río a conversar con la gran serpiente y al llegar se
encontró con un hombre de piel blanca que vestía extrañas ropas y
montaba sobre un enorme animal. Asustada, buscó el camino de regresó
a la tribu, pero el invasor la perseguía. En ese momento, el disparo
de una flecha sorprendió al extranjero y lo hizo caer del animal.
Era Tacazuruma que había llegado a rescatar a su mujer. “¡Corre!”.-
Le gritó. La mujer se internó en el bosque y escaló a lo alto de
una loma, allí vio la batalla, más de cien hombres habían rodeado
a Tacazuruma, luchó sin cesar, dio muerte a varios de ellos, hasta
que una extraña detonación lo hizo caer al suelo, derramando su
sangre sobre el penacho que se destiñó, cubriendo cada piedra del
cerro con un color azulado.
En
ese momento, los dolores de parto invadieron a Mara Hara quien dio a
luz a dos niños, una hembra y un varón a los que llamó: Tacariuá
y Huiué. Luego lloró, y fueron tantas sus lágrimas que el río que
rodeaba al Valle se transformó en lago. Cuando sus hijos crecieron,
abandonó la tribu y se fue junto a su hermano Huaica a luchar contra
los Españoles.
Y
así sucedió, Tacazuruma se sacrificó por defender a su tribu y con
su sangre cubrió el Valle, quien con el paso del tiempo sería
conocido como “Cerro Azul”, recordándole a sus pobladores que
desde ese entonces, él es el guardián de esa tierra y que gracias a
su hazaña heroica, nacieron sus hijos, los que hoy se conocen como
Güigüe
y Tacarigua.
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