Ana.

mi musa inspiradora.

Aquella tarde, en la que miraba el retrato del chico que más adelante la haría llorar, sonó el teléfono. Del otro lado, la respiración acelerada de un hombre la hizo titubear. -¿Quién llama?, ¿Quién es?. David no tuvo la valentía de decir palabra alguna, escuchó su voz y decidió cortar la llamada enseguida, apretó la bocina contra su pecho y suspiró. Aún se lamentaba por haberla dejado ir, se culpaba de ser un cobarde. En su cerebro retumbaba el recuerdo de aquella tarde: La vió venir y con ello el abrazo que siempre anheló, miró sus labios, sus perfectos labios y su sonrisa tan desquiciadamente perfecta. Simplemente ella era así, más de lo que él mismo había pedido. Sus manos delgadas se unieron a las de él, mientras le susurraba al oído: "Pareces un Oso". 

No sabía de qué manera o el por qué ella lo había comparado con ese animal. Era sábado en la tarde, a su alrededor, árboles de eucalipto les custodiaban, decidieron tumbarse en la grama. Ana siempre le pareció imperfectamente hermosa. Ese día también le entregó una carta, de esas que no tenían congruencia, una cursilería casi sin sentido. -Ojalá pudiera quedarme todo el tiempo contigo así- pensó- anhelaba que sus besos, esos que nunca se dieron, duraran hasta siempre, o por lo menos hasta el lunes. 

Habían silencios que parecían eternos. Silencios que aprovechaban sus manos para deslizarse por su abundante cabellera castaña. Ana tenía todo y nada a la vez. Una nariz pequeña, adornada con un lunar y unos ojos brillantes que arrasaban con el mundo, una piel canela suave como el algodón, dedos delgados y traviesos. Así era ella.

El teléfono volvió a sonar. La chica saltó de la cama y contestó: -¿Quién es, porque no habla?. Esta vez, David se armó de valor y le dijo casi titubeando: -Soy yo, David, te necesito. Y al decir esto, sintió que se hundía en un mar de incertidumbre. -David, suspiró ella, ha pasado algún tiempo, no sé cómo decirte esto... Hubo una pausa. -No digas nada, él la interrumpió.

- Estoy embarazada. Y esas palabras se sintieron como mil puñales que atravesaron el corazón del chico, quizo colgar la llamada y salir corriendo; sin embargo, pudo responderle: -¿Embarazada?. -Sí, me voy a casar. -Yo..., el chico no supo como, pero toda su esperanza y su aplomo se desvanecieron al instante. "Embarazada" "Embarazada" "EMBARAZADA", cada vez que su cerebro lo repetía, un puñal se clavaba en su corazón. -Yo... continuó, te amo. Y diciendo esto, suspiró.  

-No puedes venir y decirme esto, ella fue más contundente. No ahora, ya mi vida está hecha. Al escuchar esto, él colgó la llamada. David quiso llorar, ahogarse con sus propias lágrimas, salir de allí y correr sin rumbo hasta llegar a ningún lado. 

Así era ella, pero él no supo amarla como quiso. El silencio se apoderó de los días. 

Ana regaló su besos y sus mañanas al hombre que sembró la semilla en su vientre. Esa tarde, en la que se reunieron los familiares, él se levantó, la miró altivo y simplemente dijo: -No puedo casarme contigo, ese hijo no es mio. Ella no quiso llorar, lo miró suplicante, quiso tomar su mano y él la esquivó, mientras repetía: No me puedo casar contigo, ese niño no es mio. Ana corrió a su casa, llena de dolor y de odio, cubrió sus sábanas de llanto y de nostalgia. 

Nueve meses después, David se levantó agitado. La Noche le había traído el recuerdo de Ana, ese día soñó con un parto y con un niño hermoso que llegaba al mundo. Quiso que fuera real, estar junto al bebé y contar sus dedos, acariciar su piel, oler su perfume natural, simplemente tomarlo entre sus brazos y protegerlo para siempre. Pero esos pensamientos se desvanecieron con la llegada de otro: Ella estaría casada y feliz. La última vez que la vio, tenía tres meses de embarazo, fue tan torpe que no quiso dirigirle la palabra, simplemente la apartó de su camino mientras le gritaba: -¿A qué viniste, a burlarte de mí?. Y ella se quedó allí, impávida, sin decir nada.

La navidad había llegado a sus tiempos. Atardecía en domingo cuando se tropezó con Rosa, una de las mejores amigas de Ana. Y allí volvió el círculo a su inicio. Conversaron del bebé, de la soledad, de las palabras que no se dijeron, pero lo más importante, Rosa le indicó a David donde podía encontrarla. Había pasado casi un año desde aquella vez que se encontraron cara a cara. Era 19 de Diciembre, tocó la puerta con más nervios que emoción. Había llegado hasta allí como un autómata, no sabía ni qué le iba a decir ni cómo iba a reaccionar. Sólo para tener un pretexto, llevó chocolates. 

A la segunda vez que llamó a la puerta, ella salió. Todo pasó en segundos, hubo un silencio, un micro silencio que pareció eterno. Ambos sonrieron y él dijo torpemente: "Feliz Cumpleaños". Quiso abrazarla, robársela al mundo y marcharse con ella, quiso besarla, tocar sus manos, gritarle que le amaba, que aún le amaba. -Por lo menos abrázame, dijo ella sonriendo. 

Fue también un micro abrazo. Ella le tomó la mano y lo llevó hasta el cuarto. Y fue allí, cuando David se olvidó del pasado y de las soledades, todo tenía sentido de nuevo. En la cuna, reposaba un bebé, una criaturita indefensa, con sus manos pequeñas, su cabello negro, sus mejillas rosaditas. Ella lo sacó y se lo entregó. David ni siquiera pensó en el padre del niño, sólo quería que ese momento fuera eterno. Lo miró fijamente, si había algo como el "cielo", sólo podía compararse con ese instante. Finalmente, sus ojos se encontraron

A partir de allí, supo que había esperanza.


...CONTINUARÁ...

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África

Suena en el silencio,
más a menudo se siente,
son aquellas palabras que han dejado los seres,
y trascienden entre los chasquidos del fuego.

Siente... es la voz del agua que acaricia el alma,
Escucha el silbato del viento,
ÁFRICA!!! resuena entre mis ancestros.

Los Muertos no están muertos,
aún cuando la maleza suspira
y las hojas sollozan,
ÁFRICA!!! son mis ancestros,
y es la sombra que se alumbra,
la pasión que se espesa.

Miro en la arena, en la palma y en la montaña
voy entendiendo, que los muertos no están bajo la tierra
están dentro de ti,
de la raíz del árbol que da vida,
del trueno que ensordece
del rayo que ciega,
de la luz que oprime
en las multitudes,
en el silencio.

Esta es la voz del viento,
el soplo del ÁFRICA mía,
de mis ancestros muertos
que siguen en pie,
aún no desvanecidos
mi vida es ÁFRICA y no se han ido.

No están Muertos!
Están en la mirada del cazador furtivo
del cascabel que llama,
del verde del bosque
dentro de ti,
dentro de mi,
Son mis ancestros!

África es mi vida,
y en la madera que gime,
en las letras que esbozo,
en la hierba que llora,
en la piedra que golpea, siempre estarás tu.