Azazel, el Ángel de la Lujuria. Capítulo IV: Ninfomaníaca

1 Juan 2:16-17
 "Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre".

Sucedió la gran explosión y el Universo se convirtió en un mar de partículas, entonces el Dios de muchos Dioses, decidió crear al Hombre. Luego llegó la serpiente y corrompió su alma, le mostró los deseos de la carne y lo hizo renunciar a su fe para caer en la idolatría hacia los placeres de la carne.

Naamá y Azazel, se bañaban desnudos a orillas del Mar. Sus cuerpos fueron mancillados con cadenas de hierro que los ataron a grandes muros, columnas que fueron levantadas por los impíos para adorar al Supremo libidinoso. Su voluntario sometimiento los hizo esclavos de las pasiones desbordadas. Los humanos suavizaron los divinos cuerpos con exquisitos aceites, sirvieron vino y masajearon los delicados pies con nèctar de frutas. 

Los guardianes caídos, vistos como tótemes sexuales, fueron objeto de las fantasías más salvajes. El sol acaricio sus espaldas, mientras largas filas de hombres se formaron para penetrar a la mujer. Sus pies eran lamidos por los carroñeros del sentimiento, fetiches que los hicieron suspirar hondamente. El agua lavaba las impúdicas partes mientras el feroz cazador azotaba las nalgas con vehemencia. La carne hervía de lujuria. 

Las deidades unieron sus lenguas en desesperado juego. Cada gota de agua se convertía en una caricia a la erizada piel. Fueron miles los que copularon aquella tarde, la desnudez se mezcló con la saliva y la cordura se perdió entre el vaivén de las olas. De cuclillas, una jauría de mujeres se disputaba el semen del celestial ser. Sus bocas se atragantaban con la ambrosía de la vida. En el otro extremo, Naamá ahogaba sus aberturas con los falos de los primeros pobladores. Los Hijos de los hijos y sus descendientes, rodearon a la mujer, mordieron sus pezones y azotaron su espalda, levantaron cada una de sus piernas y devoraron su clítoris. Doncellas escupieron en su boca incestuosos líquidos y amasaron sus extremidades.

Los enemigos de la castidad, se revolcaron entre el mar embravecido, arrastrando consigo múltiples orgasmos. Estaba claro que ni Adán ni Lilith, experimentaron el brote sexual de sus sentidos, no fueron capaces de comprender que en el Edén fue donde se dio inicio al placer. 

En la plaza de la ciudad, se sacrificaron chivos y cabras, mujeres y hombres bailaron al son de los tambores mientras  gritaban canciones, para terminar con espasmos en el suelo mientras balbuceaban oraciones en lenguas extrañas. Un centellazo derribó la estatua de Azazel, dentro de la llamarada de luz, se apareció el Guardián del Paraíso. 


CONTINUARÁ...

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África

Suena en el silencio,
más a menudo se siente,
son aquellas palabras que han dejado los seres,
y trascienden entre los chasquidos del fuego.

Siente... es la voz del agua que acaricia el alma,
Escucha el silbato del viento,
ÁFRICA!!! resuena entre mis ancestros.

Los Muertos no están muertos,
aún cuando la maleza suspira
y las hojas sollozan,
ÁFRICA!!! son mis ancestros,
y es la sombra que se alumbra,
la pasión que se espesa.

Miro en la arena, en la palma y en la montaña
voy entendiendo, que los muertos no están bajo la tierra
están dentro de ti,
de la raíz del árbol que da vida,
del trueno que ensordece
del rayo que ciega,
de la luz que oprime
en las multitudes,
en el silencio.

Esta es la voz del viento,
el soplo del ÁFRICA mía,
de mis ancestros muertos
que siguen en pie,
aún no desvanecidos
mi vida es ÁFRICA y no se han ido.

No están Muertos!
Están en la mirada del cazador furtivo
del cascabel que llama,
del verde del bosque
dentro de ti,
dentro de mi,
Son mis ancestros!

África es mi vida,
y en la madera que gime,
en las letras que esbozo,
en la hierba que llora,
en la piedra que golpea, siempre estarás tu.