Erase una vez un hermoso caballo
blanco, de pelaje tan puro y tan liso que parecía haber sido tejido por los
ángeles. Sus ojos eran azules, límpidos y profundos como el Mar Caribe. Su
relincho era bravío y elegante, propio de la estirpe de sus antepasados; todos
comentaban que su Tatarabuelo Pegaso, había conducido al invencible Hércules
por los senderos más increíbles, cabalgando, inclusive, por sobre el mismo
cielo. Palomo, era su nombre, equino de corazón y coraje envidiable. Sus patas,
fuertes y ágiles, recorrieron muchos kilómetros en compañía de hombres y
mujeres que luchaban por un sueño: La Libertad de su pueblo.
Era el tiempo de Palomo, quien
fue escogido por Dios para que acompañara al Libertador Simón Bolívar, en la
gesta independentista que llevó a América a romper las cadenas de la opresión. Cierto
día, en que Palomo se acercó a un arroyo ubicado en los Andes Venezolanos para
beber un poco de agua, se sorprendió cuando una Trucha, dando saltos
desesperados, se dirigió hacia él diciéndole:
-¡Ey Tú, ayúdame a salir de aquí!
Palomo lo miró extrañado, se
acercó un poco más y, soltando una carcajada, le dijo: -¡jajajaja!, ¿Acaso no
te has dado cuenta que si sales del agua vas a morir por falta de oxígeno?
-No es tan fácil como parece
amigo, yo quisiera volar, pero no tengo alas. ¿Cómo vas a caminar tú, si ni
siquiera tienes patas?
-Por eso es que quiero que me
ayudes, necesito llegar hasta la Piedra del Indio, allí podemos encontrar a Chía,
la Diosa Lunar, y pedirle que conceda nuestros deseos.
-¡Tonta Trucha!.- Exclamó
Palomo-. ¡Chía es sólo un cuento para niños y cachorros!, y tú y yo, no somos
ni lo uno ni lo otro. Y diciendo esto último, volvió a soltar una carcajada.
-¡Anda caballito!, vamos llévame
contigo. Insistió la Trucha dando saltos sobre el agua.
Palomo miró al pez con
incredulidad y le dijo:- ¿Cómo se supone que vas sobrevivir fuera del agua?
-Fácil, llevaré un poquito de
agua dentro de una bolsa y cada cierto tiempo me alimentaré y tomaré de ese
oxígeno, además puedes lanzarme al agua varias veces y así no moriré.
-Tengo que pensarlo, le dijo el
caballo a la Trucha. Tengo responsabilidades con mi amo, es el Libertador de
las Américas, no puedo abandonarlo así.
La Trucha se quedó en silencio
por unos minutos. Estaba sorprendida. Se hundió en el agua y dio un gran salto.
-¡Vaya!, si eres Palomo, el
Caballo de Don Simón Bolívar. Ahora más que nunca estoy convencido de que sería
un honor hacer esta travesía contigo. ¡Llévame, vamos a ver a Chía!
Palomo posó su mirada sobre el
General, vio a su alrededor, contempló a
los soldados, cerró y abrió los ojos, miró a la Trucha y, finalmente, le dijo:
Déjame pensarlo esta noche y mañana te doy una respuesta.
El caballo se dio media vuelta y
se dirigió a la carpa donde estaban los oficiales y el Libertador. Los vio
conversando, trazando estrategias para las batallas y escuchó a Don Simón
decirle al Patriota Francisco de Paula Santander, que pronto se avecinaría un
enfrentamiento con un realista de apellido Barreiro, y que por eso debían
viajar por la ruta que conduce hacia la llamada “Piedra del Indio”.
Escuchando esto, el caballo soltó
un relincho de emoción que estremeció la montaña. Don Simón caminó a prisa, se
acercó hasta él y le acarició el lomo, pasó su mano por la cara y le dijo: Tranquilo
Palomo, todo estará bien, recuerda que “Con valor se acaban los males”. Luego, se
marchó a la carpa.
Al
amanecer, el Caballo se dirigió hasta el arroyo y allí se encontró con la
impaciente Trucha que daba saltos sumergiéndose una y otra vez en el agua.
-¿Qué
has decidido amigo, me llevaras contigo?
-Has
tenido suerte, Don Simón ha trazado la ruta justo por el sendero que nos
conducirá hasta la Piedra del Indio, partiremos al medio día.
-¡Hurra,
Hurra! Gritaba sonriente la Trucha. ¡Gracias amigo, gracias!.
-Palomo
lo miró serio y le dijo: Vendré por ti en unas horas, procura abrigarte bien
para qué no te congeles y consigue lo necesario para que no mueras a falta de
oxígeno, no quiero ser responsable de eso.
-Tranquilo
caballito, dijo la Trucha sonriendo felizmente, ya verás que tengo todo
“fríamente” calculado.
Al
llegar la tarde, Palomo se acercó al arroyo y recogió a la Trucha, que se
escondió entre el pelaje que caía de la cabeza del caballo. Al verla, no pudo
aguantar las ganas de reírse y soltó una carcajada, la Trucha estaba cachetona
y gorda de tanta agua que recogió para el camino.
-Ya
verás que seremos un gran equipo, cuando pueda caminar te acompañaré en las
batallas y junto al General de los
Generales, Don Simón Bolívar, contribuiré a la Independencia plena de América.
El
Caballo lo miró y le dijo: Me enorgullece tu sentido Patriótico, ojalá esto de Chía
no sea sólo una fábula, si pudiera conseguir alas como las de mi ancestro
Pegaso, no sólo libertaremos la tierra, sino que elevaremos hasta el cielo el
ideal Bolivariano. Ahora dime tú, pequeño pececito, ¿por qué quieres caminar,
si en tus aguas eres un rey, si navegas a todos los sitios que quieres y tienes
lo suficiente para subsistir?
-Déjame
que te cuente el mundo que ven mis ojos, le dijo el Pez. En el agua, no hay guerras,
sólo la de supervivencia, pero ya esa es cuestión de la naturaleza. Yo quiero
hacer más, quiero correr, quiero enarbolar la bandera, dejar mis huellas en la
arena y gritar: ¡Libertad! Yo quiero ser un soldado de la Independencia.
-Es
un sueño muy heroico. Es una hazaña muy grande y descabellada a la vez la que
quieres lograr. No creo que vivir en el agua sea tan malo, después de todo, las
cumbres nacen en el fondo del mar. Lo que la tierra no nos da en alimento, nos
lo dan los mares y los ríos, con el agua saciamos nuestra sed y refrescamos
nuestros cuerpos.
-¡Yo
quiero hacer más!- Gritó la Trucha.-
Bueno,
esperemos entonces que al cruzar esta montaña, encontremos a Chía y que
nuestros sueños se hagan realidad. Y así fue como Palomo y la Trucha, caminaron
por varios días, parando de vez en cuando para que el inquieto pez se
sumergiera en el agua que proveía el arroyo. Finalmente, llegaron hasta la
“Piedra del Indio”, esperaron hasta la noche para separarse del ejército
Patriota y galoparon hasta el bosque. Llegaron a un sitio cuya claridad parecía
sobrenatural, estaba cubierto por míticos arcoíris y, en el medio, una enorme
piedra de color ámbar adornaba el paisaje. A la orilla del camino, corría
caudalosamente el agua pura y transparente.
-¡Chía,
Chía!- Gritó desesperada la Trucha. Hemos venido a tu encuentro, venimos desde
muy lejos, queremos conversar contigo, ¡Chía, Chía!
Palomo,
miró alrededor, no vio nada, todo estaba en calma. Se acercó a la Trucha y le
dijo: Todo está bien, sabíamos que era sólo una fábula para niños y cachorros.
La
Trucha se entristeció. De un saltó se montó en el lomo del Caballo y le dijo: Volvamos
con Don Simón, allá sí que nos esperan. De pronto, se empezaron a formar
burbujas en el agua, allí apareció Chía, altiva, como reina de todo lo
invisible, hada lunar que se abrió paso entre el río, su vestido estaba
adornado por estrellas de mar y el cabello rojo, tan rojo como la sangre que
bombea esperanzas, estaba coronada con un lucero.
-Sé
a qué han venido, les dijo Chía. Pero, mis pequeños y valientes amigos, no me
es posible hacer realidad sus deseos, ustedes han sido creados de manera que cada
uno pueda aportar lo mejor de sí al mundo. Pececito amado, aún cuando no puedas
caminar, puedes llevar el mensaje del Libertador por los Mares, por los ríos y
las lagunas, tú eres valioso en el agua porque aportas vida y alegría al mundo
marino. Y tú, Palomo, orgulloso debes estar por ser quien lleva sobre su lomo
al General Simón Bolívar, no importa que no tengas alas, tu valor te hará
recorrer caminos sorprendentes y llevaras a la América a conseguir la ansiada
libertad. Ya verán ustedes dos, que no importa como hayamos nacido, ni de qué
color sea nuestra piel o que forma tenga nuestro cuerpo, lo que importa es lo
que hagamos con nuestra vida y el aporte que dejemos en el mundo. Sean felices
con lo que tienen, cultiven su amistad. Recuerden que la felicidad no se mide
por la forma que tenemos, sino por lo que guardemos en el corazón.
Los
dos amigos se miraron sorprendidos, se abrazaron y caminaron juntos hasta la
carpa de Don Simón, allí se dijeron: Chía tiene razón, aún debemos recorrer un
gran camino, demos lo mejor de nosotros para que contribuyamos a la
construcción de la Patria que queremos, lo que verdaderamente importa son los
valores y principios que nos hayamos inculcados.
La
Trucha se despidió agradecida de Palomo y volvió al agua, de la que de vez en
cuando salía a saltos para saludar a Palomo y conocer de las hazañas del Padre
de la Patria y así poder contarles a todos los animales del mundo marino lo que
significaba la Libertad, expandiendo más allá de Nueva Granada el ideal
Bolivariano y elevando más allá de los libros mantuanos de la historia
Venezolana, el pensamiento y la gesta de Palomo, el caballo blanco de Simón
Bolívar, el tataranieto de Pegaso y su gran amigo.
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