Santurrones de los Últimos Días III.

“Y los élderes de la Iglesia, dos o más, serán llamados... "



Estaba en misión. En el bolsillo derecho de mi camisa, llevaba oculta la fotografía que nos tomaron, a mis padres y a mí, en el aeropuerto como recuerdo de la despedida. Me esperaban largos días de sacrificio, pero iba en busca de mi paz, de mi vocación y de la Bendición de Nuestro Señor  Jesúcristo. Miré por la ventanilla del Bus que me trasladaba a la calurosa ciudad donde predicaría la palabra, por que mi sueño era servir a Dios, recibir la plenitud del sacerdocio y obrar a favor de los vivos y los muertos. 

Al terminar la misión, debería casarme. Con veintiún años, ya debía tener bajo mis hombros la responsabilidad de conducir un hogar, al lado de una esposa amorosa, fiel, atenta y creyente. Debía procrear hijos, a los que educaría siguiendo nuestras doctrinas y convenios. Tendría un trabajo respetable y una educaciòn virtuosa que me harìa un hombre de bien, un digno hijo. Porque de eso se trataba todo, de jamás ignorar la voz de Dios, cuyas palabras pudiera atreverme a pronunciar al ser su hijo digno.

“Dios mismo, fue antes lo que ahora somos, y ahora es un hombre exaltado ¡y está en su trono en los cielos!” 

Martín era mi compañero de cuarto y el líder de la misión. Habían pasado ya seis meses desde que estaba aquí. Extrañaba a mis padres, de las dos llamadas que tenía permitido realizar al año, sólo me quedaba la de Navidad. Los tiempos eran difíciles para mi Fe. Tenía dudas, la oscuridad se estaba apoderando de mi corazón y por ello había dejado de escribir en el Diario, las palabras me resultaban tan indignas, que ni yo mismo quería volver a pronunciarlas.

Entre los Misioneros nos habíamos repartido los quehaceres. Ese dái me tocó realizar el viaje hasta la lavandería. Tomé el cesto de ropa sucia y bajé. Allí la vi por primera vez, con unos pantalones cortos, tan diminutos que casi le violaban la entrepierna. Vi sus delgadas piernas morenas y su ombligo desnudo. Me sonrojé, porque mi naturaleza se endureció, tuve una erección tan grande que me hacìa un bulto en el pantalòn. Tratè de disimularlo cargando la ropa de aquì hasta allà. 

Su nombre era Angélica. Y yo, un lujurioso. 

Me preguntó si había traìdo suavizante "de más". Le tendí la mano temblorosa, casi sin decir nada. Ella me miró sonriendo, como sabiendo lo que ocultaban mis vestiduras y lo incòmodo de aquella situaciòn. Yo era un hombre, no un santo. Me preguntó si mi nombre era "Elder", le expliqué, un tanto esquivo el significado el tìtulo que llevaba impreso en mi placa de identificación. Cuando salió, olvidó una ropa interior suya dentro de mi cesto, no sè si por olvido o por tentadora. La llevé hasta mi rostro e imaginé sus labios vaginales, el sabor de su clítoris y el olor de su femineidad.

Cuando llegué al centro, vi a Martín y se lo conté todo. Tambièn se había excitado. Tratamos de desviar nuestra incómoda situación hablando de los votos y de la dignidad, esa misma que tiramos a la basura cuando èl se bajò los pantalones y me insinuó que le practicara una felación. Cubrió su cara con una almohada y tomó el miembro entre sus manos. Me echè a llorar y salì corriendo. 

"El nombramiento de Jesús como Salvador del mundo fue disputado por otro hijo de Dios. Él fue llamado Lucifer, hijo de la mañana. Arrogante, ambicioso y codicioso del poder y gloria, este hermano espiritual de Jesús intentó desesperadamente ser el Salvador de la humanidad"

En la mañana siguiente; Martín, nuestro líder me reprendió con algunos pasajes del Libro del Mormón. Algo que me reusltaba un poco irónico, porque usaba a su conveniencia las prédicas de nuestro Profeta. Aunque yo no debía juzgarlo, porque no tenía autoridad moral para hacerlo. Sólo que no podía dejar pasar por alto, que muchas veces, percibía cierta envidia por parte de él hacía mi. Pues yo era un Misionero carismático a la que la gente le gustaba escuchar y eso a èl, le traía cierto reconcomio. 

La conversación fue larga. Hablamos sobre lo que estaba bien y lo que habíamos hecho mal, según lo acontecido en la noche. Era su deber reportarlo al Presidente, eso significaría el fin de la Misión para mi y la desgracia y la deshonra para mi familia, cuya tradiciòn Mormona se remontaba antes de los orígenes de nuestro apellido. Decidió no hacerlo, tampoco quería echar por tierra sus sueños de la plenitud del sacerdocio. 

Continuará..

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África

Suena en el silencio,
más a menudo se siente,
son aquellas palabras que han dejado los seres,
y trascienden entre los chasquidos del fuego.

Siente... es la voz del agua que acaricia el alma,
Escucha el silbato del viento,
ÁFRICA!!! resuena entre mis ancestros.

Los Muertos no están muertos,
aún cuando la maleza suspira
y las hojas sollozan,
ÁFRICA!!! son mis ancestros,
y es la sombra que se alumbra,
la pasión que se espesa.

Miro en la arena, en la palma y en la montaña
voy entendiendo, que los muertos no están bajo la tierra
están dentro de ti,
de la raíz del árbol que da vida,
del trueno que ensordece
del rayo que ciega,
de la luz que oprime
en las multitudes,
en el silencio.

Esta es la voz del viento,
el soplo del ÁFRICA mía,
de mis ancestros muertos
que siguen en pie,
aún no desvanecidos
mi vida es ÁFRICA y no se han ido.

No están Muertos!
Están en la mirada del cazador furtivo
del cascabel que llama,
del verde del bosque
dentro de ti,
dentro de mi,
Son mis ancestros!

África es mi vida,
y en la madera que gime,
en las letras que esbozo,
en la hierba que llora,
en la piedra que golpea, siempre estarás tu.