Santurrones de los Últimos Días IV

"La vida mortal es un don de Dios. 
Viene por voluntad divina, y ha de durar por el tiempo que decreta Dios"

Dios tiene formas misteriosas de actuar. Queda claro que la esperanza es algo que no puedo reinventar. Un día va y otro viene. Pero mi espíritu sigue hundiéndose en la oscuridad. Cuando pierdes las ganas de vivir, te vuelves indigna ante los ojos del redentor. Ya no me valen las profecías, ni las enseñanzas del Obispo, ni siquiera las prédicas de mi marido, he perdido la Fe. Mi fortaleza ha sido reprobada, la existencia eterna del hombre me ha sido negada. 

“Todas las cosas que han sido dadas por Dios al hombre, desde el principio del mundo, son símbolo de él”.
Decido escapar a las pruebas de Dios. El asco invade mi vida. Razón tenía Moroní cuando le inculcó al profeta Smith no unirse a ninguna religión, porque todas las religiones y credos eran falsos y todos los ministros eran corruptos y una abominación ante el Señor. Eso era así, mi esposo se había convertido en una ramera con doble moral, un sádico amante del Bondage cuyas manos estaban marcadas por la hipocresía y su piel, su fastidiada y arrugada piel, maloliente de deseos e impregnada de líquidos carnales infectos, repulsivos e intolerantes a los ojos de la Iglesia, eran sólo eso, carroña para la lujuria.

Me tendí en la cama, volví a recrear la imagen de mi cuerpo inherte sobre las sábanas, la cabeza cubierta con una bolsa plástica y mi respiranción pausada que se convertía en agonía. ¿Me dolerá la muerte?, ¿Seré perdonada por Dios?, ¿Cuàl serà la impresión de mis hijos al encontrarme en ese estado?. Quería castigarlo a èl, a mi esposo, ese inmundo religioso que nos había arrastrado a una Iglesia cuyas bases estaban construidas con arena del desierto. 

Había enviado a mi Hijo a convertirse en Misionero. El áspid del fanatismo estrangulaba su esperanza, ya no era posible ser un Hombre libre. Un "Elder" no puede soñar más allá de las doctrinas. Debía vivir con la promesa de viajar a la luna y compartir enseñanzas con los milenarios seres de más de un metro ochenta. Perdóname padre, porque he pecado.

Rechazo el mensaje y seré destruida. Seguramente mi alma quedará en off cuando cruce el umbral. Ya no beberé de la miel de la eternidad ni veré mis ojos reflejarse en cálidos lingotes de oro. Me paré frente al espejo, toqué mi cuerpo, miré mi cabello desarreglado y pensé que necesitaría ir a la peluquería. Quité cada uno de los broches del vestido verde turquesa que cubría mis partes y poco a poco fui despojándome de la humanidad, quedé parada con mi Garment, mi mágica ropa interior que sólo ha servido para que mi esposo me rechace cada noche. Volví a levantar la mirada, no pude contener el llanto al mirar mi reflejo, demacrada, vieja y sin retorno. Asesté un golpe contra el espejo, descargué mi rabia de un solo ataque, dos hilos de sangre corrieron por mis delgadas manos. No había dolor, sólo un resentimiento feroz que incendiaba mi alma. 

Las tinieblas cubrían la habitación, cómo cuando Cristo murió crucificado. Tomé entre mis manos un filoso trozo del espejo, lo usaría como un puñal. Al fin escaparía de mi vida, tan rápido como una ràfaga de viento. Mi corazón se derrumbó y no fui capaz de cuidarme por mí misma. Estoy decidida a cambiarlo todo, sacrificando mi propia vida para ello. Me despojo de mi humanidad para vencer a la humanidad. Abrí los ojos, respiré aceleradamente, tomé el arma que había improvisado y rasgué mi cuello. En una milésima de segundo, recordé mi infancia, mi adolescencia y mi vejez. Acto seguido, se apagó la Luz. 

Perdóname Dios porque he pecado.  

"(...) el juicio es del Señor; el conoce los pensamientos, intenciones y habilidades de los hombres; y Él en su infinita sabiduría hará que ha su debido tiempo, todas las cosas estén bien..."


Santurrones de los Últimos Días III.

“Y los élderes de la Iglesia, dos o más, serán llamados... "



Estaba en misión. En el bolsillo derecho de mi camisa, llevaba oculta la fotografía que nos tomaron, a mis padres y a mí, en el aeropuerto como recuerdo de la despedida. Me esperaban largos días de sacrificio, pero iba en busca de mi paz, de mi vocación y de la Bendición de Nuestro Señor  Jesúcristo. Miré por la ventanilla del Bus que me trasladaba a la calurosa ciudad donde predicaría la palabra, por que mi sueño era servir a Dios, recibir la plenitud del sacerdocio y obrar a favor de los vivos y los muertos. 

Al terminar la misión, debería casarme. Con veintiún años, ya debía tener bajo mis hombros la responsabilidad de conducir un hogar, al lado de una esposa amorosa, fiel, atenta y creyente. Debía procrear hijos, a los que educaría siguiendo nuestras doctrinas y convenios. Tendría un trabajo respetable y una educaciòn virtuosa que me harìa un hombre de bien, un digno hijo. Porque de eso se trataba todo, de jamás ignorar la voz de Dios, cuyas palabras pudiera atreverme a pronunciar al ser su hijo digno.

“Dios mismo, fue antes lo que ahora somos, y ahora es un hombre exaltado ¡y está en su trono en los cielos!” 

Martín era mi compañero de cuarto y el líder de la misión. Habían pasado ya seis meses desde que estaba aquí. Extrañaba a mis padres, de las dos llamadas que tenía permitido realizar al año, sólo me quedaba la de Navidad. Los tiempos eran difíciles para mi Fe. Tenía dudas, la oscuridad se estaba apoderando de mi corazón y por ello había dejado de escribir en el Diario, las palabras me resultaban tan indignas, que ni yo mismo quería volver a pronunciarlas.

Entre los Misioneros nos habíamos repartido los quehaceres. Ese dái me tocó realizar el viaje hasta la lavandería. Tomé el cesto de ropa sucia y bajé. Allí la vi por primera vez, con unos pantalones cortos, tan diminutos que casi le violaban la entrepierna. Vi sus delgadas piernas morenas y su ombligo desnudo. Me sonrojé, porque mi naturaleza se endureció, tuve una erección tan grande que me hacìa un bulto en el pantalòn. Tratè de disimularlo cargando la ropa de aquì hasta allà. 

Su nombre era Angélica. Y yo, un lujurioso. 

Me preguntó si había traìdo suavizante "de más". Le tendí la mano temblorosa, casi sin decir nada. Ella me miró sonriendo, como sabiendo lo que ocultaban mis vestiduras y lo incòmodo de aquella situaciòn. Yo era un hombre, no un santo. Me preguntó si mi nombre era "Elder", le expliqué, un tanto esquivo el significado el tìtulo que llevaba impreso en mi placa de identificación. Cuando salió, olvidó una ropa interior suya dentro de mi cesto, no sè si por olvido o por tentadora. La llevé hasta mi rostro e imaginé sus labios vaginales, el sabor de su clítoris y el olor de su femineidad.

Cuando llegué al centro, vi a Martín y se lo conté todo. Tambièn se había excitado. Tratamos de desviar nuestra incómoda situación hablando de los votos y de la dignidad, esa misma que tiramos a la basura cuando èl se bajò los pantalones y me insinuó que le practicara una felación. Cubrió su cara con una almohada y tomó el miembro entre sus manos. Me echè a llorar y salì corriendo. 

"El nombramiento de Jesús como Salvador del mundo fue disputado por otro hijo de Dios. Él fue llamado Lucifer, hijo de la mañana. Arrogante, ambicioso y codicioso del poder y gloria, este hermano espiritual de Jesús intentó desesperadamente ser el Salvador de la humanidad"

En la mañana siguiente; Martín, nuestro líder me reprendió con algunos pasajes del Libro del Mormón. Algo que me reusltaba un poco irónico, porque usaba a su conveniencia las prédicas de nuestro Profeta. Aunque yo no debía juzgarlo, porque no tenía autoridad moral para hacerlo. Sólo que no podía dejar pasar por alto, que muchas veces, percibía cierta envidia por parte de él hacía mi. Pues yo era un Misionero carismático a la que la gente le gustaba escuchar y eso a èl, le traía cierto reconcomio. 

La conversación fue larga. Hablamos sobre lo que estaba bien y lo que habíamos hecho mal, según lo acontecido en la noche. Era su deber reportarlo al Presidente, eso significaría el fin de la Misión para mi y la desgracia y la deshonra para mi familia, cuya tradiciòn Mormona se remontaba antes de los orígenes de nuestro apellido. Decidió no hacerlo, tampoco quería echar por tierra sus sueños de la plenitud del sacerdocio. 

Continuará..

África

Suena en el silencio,
más a menudo se siente,
son aquellas palabras que han dejado los seres,
y trascienden entre los chasquidos del fuego.

Siente... es la voz del agua que acaricia el alma,
Escucha el silbato del viento,
ÁFRICA!!! resuena entre mis ancestros.

Los Muertos no están muertos,
aún cuando la maleza suspira
y las hojas sollozan,
ÁFRICA!!! son mis ancestros,
y es la sombra que se alumbra,
la pasión que se espesa.

Miro en la arena, en la palma y en la montaña
voy entendiendo, que los muertos no están bajo la tierra
están dentro de ti,
de la raíz del árbol que da vida,
del trueno que ensordece
del rayo que ciega,
de la luz que oprime
en las multitudes,
en el silencio.

Esta es la voz del viento,
el soplo del ÁFRICA mía,
de mis ancestros muertos
que siguen en pie,
aún no desvanecidos
mi vida es ÁFRICA y no se han ido.

No están Muertos!
Están en la mirada del cazador furtivo
del cascabel que llama,
del verde del bosque
dentro de ti,
dentro de mi,
Son mis ancestros!

África es mi vida,
y en la madera que gime,
en las letras que esbozo,
en la hierba que llora,
en la piedra que golpea, siempre estarás tu.