"A
los mormones sólo se les pide ser buenos, y él quería ser bueno. Pensaba que la
Iglesia Verdadera, sería simplemente la obediente a las cosas buenas y
virtuosas"
Corría, sin rumbo, sin contener el llanto, con la respiración acelerada y con la maleta casi a rastras, no pensaba en más nada. Me esforcé, di mis mejores años años para ser perfecto ante los ojos de Dios. Yo mismo quería ser un Dios. Culminar mi misión, casarme y procrear muchos hijos. Ahora todo eso era imposible, me he dado cuenta que mi vida ha sido una estúpida fachada. Lancé el arma con la que acababa de dar muerte a mi Padre y seguí corriendo. En el camino, me despojé de mi insignia de "Elder", de mi honrosa corbata y mi camisa blanca. Descubrí que la ropa mágica, en realidad no lo es, no hará que mis hijos sean amarillos o tengan súper poderes. Ahora comprendo que el único legado que me ha dejado el profeta Smith es el del sexo. Hacerse llamar "Santo", mientras te devoran la piel en una orgía, es la más indigna hipocresía de la profética doctrina de la Moral. Con tan sólo dos disparos, mi Llamamiento había culminado.
Finjo que no estoy dolido y voy por el mundo como si estuviera divirtiéndome. Las sonrisas en mis fotografías me dicen que aún soy joven. Ya no estoy en llamas. Voy superando el invierno que había en mi vida, he entendido que a veces se necesita conseguir todo lo que se anhela en la vida, para luego perderlo y saber lo que es la libertad. Sigo corriendo, sin rumbo y sin Dios de mi lado, dejo estelas de lo que fui, soy un maestro del disfraz, me coloco la máscara de acuerdo a la ocasión. Al fin y al cabo, la Iglesia me enseñó que a las personas hay que saberlas utilizar, de eso se trata de todo, no hay amor, no hay sentimientos, sólo somos objetos, robots, santos, que estamos para manejar y ser manejados al antojo de otros. Sigo corriendo, predicando que soy bueno, que soy Mormón y que soy digno.
Padre
Celestial, te pido por mi mente desecha.
Seguramente
el Obispo iba en camino al cielo, celebraría su entrada al paraíso con los
lingotes de oro traídos por los Lamanitas, entonando cánticos en honor al Padre,
al Hijo y al Espiritu Santo. En la tierra, la Reina
del Bondage profanaba su vagina con los largos y delgados dedos que
nacían de sus manos libidinosas. La sangre había traspasado la ropa impregnando
su pecho, cuya erección era deleitada por una juguetona lengua que se extasiaba
de sí misma. La Ninfómana, sucumbió ante el cosquilleo que adormecía sus muslos
y el delgado cuerpo tuvo varios espasmos, que se acompasaron al son de los
gemidos eyaculados por sus labios. Dormida sobre una bandera Americana, la
Dominatriz lamentó la muerte del Líder Mormón, quizás el único hombre que la
había amado, desafiando a la doctrina y, tal vez, al mismo Dios. Su vagina
estaba exhausta, pero las convulsiones de placer, la obligaban a no parar, una
y otra vez cruzó el umbral de la pasión y de lo racional, en segundos, fue más
allá del sol, se entrevistó con el Profeta Smith y volvió a la tierra, encinta
de hijos de color azul.
"Mas
el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os
enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho". Juan
14:26
El
día había llegado, la mujer sería bautizada. Escogió para su inmersión a los
dos misioneros que habían estado visitando su casa. Debajo de su ropa, llevaba
el Garment que la protegería de la indignidad. En su vientre, una
almohada asemejaba al feto bendito que, en su locura, había sido sembrado por
el mismo Profeta a través de la penetración y del gozo de un acto carnal y
sexual, con todos sus sudores y sabores. Joseph se había convertido
en su mejor amigo, ya no necesitaba a nadie más, se tenían el uno al otro, o
por lo menos, su cuerpo hambriento eso deseaba. Se divertían cada noche,
bailando y agobiándose bajo la luz de la luna, se sentía bien. En las
oraciones, los Mormones pedían al Padre Celestial por su mente desecha.
Delante de la mujer del Obispo, se presentó un ángel de cabellos dorados y túnica blanca, en su espalda colgaba una trompeta de sólido oro. No temas, le dijo con voz fina, soy Moroní, el Hijo de Mormón. Habrías de permanecer muerta por tus pecados. Tienes sobre tus hombros una carga de culpa imposible de llevar, has ofendido el nombre de Dios al quitarte la vida, te has hecho culpable de todo. Sin embargo, te justifico por tu Fe en Jesucristo. No te preocupes, en realidad, el dolor y el sufrimiento, el triunfo y la grandiosidad de la expiación ha tenido lugar en tu hijo varón. Toma mi mano, te llevaré a conocer la promesa de nuestro Padre Celestial.
"Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz."
2º Corintios 11:14
El Cuerpo Etéreo de la mujer ascendió. Miró los ojos de Moroni, no tenian ningún tipo de expresión, parecían vacíos. Sobre sus pies, planchas de oro hacían las veces de alfombra. El aire era de color gris y grandes troncos con hojas verde azuladas rodeaban el lugar, muchas enredaderas colgaban desde las ramas de los árboles, no había nadie más, sólo ellos dos y el silencio. Sintió miedo, pero el ángel leyó sus sentidos y le sonrió. Seguían flotando, al final del camino, los vió: Estaban todos sentados a la orilla de una laguna de color púrpura, los perros podían volar por los suelos y los caballos caminaban sobre el agua sin hundirse. Habían más de mil hombres y mujeres, todos hablaban en lenguas extrañas, que poco a poco fue comprendiendo, vio el reflejo de sus manos, su piel ya no era como la recordaba, ahora su carne estaba teñida de amarillo y azul. El ángel le informó que había llegado a su hogar, junto a los Lamanitas. Corrió para beber del agua bendecida, pero al llegar a la orilla, los hombres se le abalanzaron encima y sujetaron sus pies y manos, del agua salió un gusano gigante, con cabeza de dragón y ojos llenos de fuego y una boca enorme, como de pez que vomitaba sobre ella serpientes albinas que se hundían en sus ojos y en su ombligo. Volteó suplicante, sin comprender la situación, implorando ayuda a Moroní, pero su rostro ya no era amigable, sus manos no eran blancas y la trompeta se derretía con el vapor del fuego.
Aquí estamos los que fuimos rechazados por los Santurrones, gritó el Ángel, cuya voz, había cambiado, era gruesa y desafiante. Aquí estamos los de los últimos días. Los indignos, padeciendo de la promesa del Padre Celestial, del infierno al que tanto nos han hecho temer. De nada sirve la Moral que predicas, sino practicas la Fe. Te hiciste llamar "Santa", pero actuaste como Dios al disponer de tu vida. Este es tu castigo. Se dio media vuelta y acto seguido, apareció petrificado sobre la cúpula de una edificación.
Todos los demás bailaban al son de un estruendoso sonido que provenía del bosque. Una brisa fría recorrió el lugar y la mujer fue devorada una y otra vez por la bestia.
En la capilla, se escuchaba casi al unísono, la voz de los misioneros que decían:
"Por la Intercesión de Nuestro Señor Jesucristo, Amén".
FIN.
Nota del Autor: Esta es una historia de ficción, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Los personajes que aparecen en ella son del imaginario, no representan estereotipos religiosos.
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