La música sonaba y
el salón se llenaba de las más añejas melodías. “El Tango del Pecado”, acercaba
a las parejas en una danza misteriosa, en un baile que los hundía cada vez más en
la oscuridad. Apagado el rebullicio por la escapada de “Esmeralda”, la
serpiente que adornaba los bailes de Lucrecia, todo volvía a la normalidad, seguía
el desborde de lentejuelas y escarcha; en las esquinas, se confundían los
amantes entre los destellos de la luz escarlata.
Victoria
había pedido que Aquiles
saliera del cuarto, aún le erizaba la piel pensar en la muerte o en lo que
aquella carta tan oscura había anunciado. A las afueras de la
“Enramada”, el extraño cántico de un ave atormentaba el silencio de la noche y, en la puerta, receloso, recibía a los clientes con las “Buenas Noches”, el más
fiel de todos los empleados: Rhadamés
¡Hasta
cuando este trabajo!, esto no me hace feliz. Este lugar de perversión es un
nido de víboras!, refunfuñaba el tosco Rhadamés. Junto a él Carmen, una Hermosa
mujer ataviada en traje negro azabache, sostenía en sus manos el dorado filo de
una bandeja en la que servía tragos. Cotizaba sus besos con alto precio… Su
Mirada, la que traía la muerte, embrujaba a Hombres y Mujeres por Igual.
La mujer miró detenidamente al portero, mientras le decía: Sólo por las noches te siento
así. Cuando comienza la fiesta en este Lugar!; hizo una pausa y continuó, Aunque no en todas te veo
triste, a veces pienso que algo malo has visto o algo malo has… (suspiró) Mira!:
Allí viene la chica, esa que se ha hecho consultar con la Gitana.
El hombre hizo un ademán de desinterés. Como si tuviera tiempo para
tonterías!, Debo seguir en este horrible trabajo en el que sólo obedezco.
Obedecer es nuestro destino y aquel que no quiera someterse a la obediencia
será necesariamente aniquilado. (Pausa), Aniquilado! Sí, ahora que no quiero
someterme a la obediencia me siento aniquilado… Debo olvidar lo que había
olvidado y que tú me has recordado.
La mujer lo observó con estupor. Esta noche el pájaro de la bruja
anda suelto… por eso es que te hace filosofar, como aquella noche en la que el
Rey perdió su corona.
Ja!,
Todas las lágrimas y todos los agasajos posibles no compensan un momento
de placer envenenado por el despecho y la odiosa conducta de una tiranía.
Silencio!
Calla!.¿Por qué este empeño?, ¿por qué esta
exaltación?. Tu elegiste este trabajo!. Así que nada de sufrimientos. Le dijo Carmen, mientras con su mano tapaba la boca del portero.
Triste destino, este lugar de depravación me
ha condenado.
¿Ahora
te pesa ser un asesino?.- Le dijo de manera retadora la mujer.
Rhadamés sorprendido le grito: Un asesino!!!! Yo no soy un
asesino! No!. Entonces deja de lloriquear.- Susurró Carmen.
¿Serán
acaso estos remordimientos mi condena?. No soy un hombre normal, Soy un
anormal!, no vivo como los demás, tengo que refugiarme en las sombras de la
noche para esconder mi pecado… “Mi pecado”, No! No es un pecado el mío, yo soy
un pecador!
Deja
de pensar en eso, si todos los hombres pensaran en el lado oscuro de sus
acciones, todos! Pero absolutamente todos! sabrían que sólo con el pensamiento
han mancillado su honor.
El hombre la miró, se encogió de hombres y dijo: Ya!…
ha llegado la hora en que Rhadamés , este anormal servidor, tiene que ir en
contra de las leyes de la humanidad.
Con
apresurado paso y como quien busca algo sin saber qué, Victoria se acarició el
brazo y se acercó a la puerta, al encontrarse con el portero, le dijo suplicante: ¡Señor, señor! Quizás
usted me pueda conceder el favor de que mi amigo Aquiles y yo podamos pasar la noche aquí… Por Caridad. Carmen,se
acarició el cabello. Dirigió su mirada a Rhadamés
y con voz firme y desafiante le increpó: ¿Ahora
vas hacer el guardián del destino de esta chica?
Es
sólo que… ha oscurecido muy pronto y no queremos aventurarnos a manejar por una
carretera que no conocemos.- dijo Victoria.
¿Será que tienes miedo?, ¿Qué te ha dicho la Gitana, qué cosa grave han
marcado las cartas para que te pongas así?.- El portero interrumpió las irónicas interrogantes de Carmen.- ¡Deja
de atormentar a la joven!.
No
pienses que te puedes quedar en este lugar, respondió la mujer desafiante-. Nadie puede competir con mi
belleza!; te arriesgas a mucho. Aquí, en “la Enramada” todo lo he conseguido, pero también todo me han quitado.
¡Por
caridad!, por Dios!... Usted…Usted, que se ve que es bueno, haga que nos
permitan quedarnos.-Rogó a Rhadamés. -Disculpe Joven! No puedo hacer nada, le dijo el hombre mientras se daba media vuelta.
Sobre la Barra, Aquiles, el escéptico, dejaba de
un lado su sombrero. Admiraba la belleza de las mujeres que se paseaban a su
alrededor. Y aquella noche, la de luna
llena, miró sus ojos y de ellos no pudo escapar. “La Gran Dama”
se le acercó, rodeó sus hombros y le entregó una Rosa. ¿Y esto?, un hombre como yo, puede
ser merecedor de tan noble gesto?
Una Rosa encierra muchos
secretos, la pregunta es: ¿Un Hombre como Tú, puede descifrar el Misterio que le
Rodea?.- Le dijo la mujer, mientras humedecía sus labios en vino tinto. La Conversación se vio
interrumpida por una agitada Victoria que corría al encuentro de su amigo.- Vamos, tenemos que salir de aquí.
Sin
siquiera dejar despedirse, Aquiles salió tomado del brazo y casi a empujones de
aquel lugar. Ya en las afueras de la “Enramada” y abrigados bajo el frío manto
de la medianoche, Victoria se disponía a abordar el Vehículo que los había
llevado hasta allí, cuando de pronto llevó sus manos al rostro y gritó: .-¿Vist, viste?
¿Qué cosa?.- Interrogó Aquiles.- Es una cosa oscura allá, en la
puerta de la “Enramada” .-Casi llorando-. No he visto nada, debe ser el
reflejo de la Luna.- NO!, NO!, gritó la chica desesperada.- Él está
ahí, en ese lugar, ¿No lo ves? Es un ser de otro Mundo.
La chica abrazó a Aquiles. Se
refugiaba en sus brazos, él trataba de averiguar con su mirada que cosa extraña
había causado tanta alarma en la Joven. ¿Desde cuándo ella, Victoria, había tenido tanto
miedo a lo sobrenatural?, ¿Desde cuándo la había asustado nada?. Otro vistazo
más y divisó algo oscuro en las ramas del viejo samán que había frente a la
casa. Era un cuervo, tan inmóvil como las viejas estatuas de la ciudad. Y de
seguro era la cosa que le atemorizaba. Era el cuervo más grande que había visto
nunca, gordo y brillante, con arcos iris centelleando en sus plumas negras.
Podía ver cada detalle con claridad: Las ávidas garras oscuras, el afilado
pico, el individual y amenazante ojo negro. Y mientras lo contemplaba
fijamente, una Voz masculina detrás de él, le dijo:
¡Es el Pájaro de la Bruja!.- Gritó Jonás.
Continuará…
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