Cauri, la señorial y cálida
ciudad, abrigaba entre su lado más oscuro aquella casa rodeada de historias, de
fantasmas y de mujeres misteriosas. Cauri, paradójicamente, era el símbolo de
la fertilidad y la feminidad, en un pueblo donde las mujeres temían salir
embarazadas, porque en aquella tierra, los niños morían antes de llegar al año.
Una ciudad que no se inmutaba
ante el paso del tiempo. La segunda más chica de la República y la primera,
quizás, en donde los humanos convivían con ángeles y demonios. Sus calles
soportaban a diario, el rutinario andar de hombres y mujeres y el mecánico paso
de los vehículos. Sus plazas y parques eran vigiladas por monumentos a los
grandes Héroes y Reyes que levantaron la comarca en tiempos de la colonia.
Pero Cauri, ciudad de bruma, de
secretos y de miradas fúnebres, atesoraba en su seno el centro de fiestas más
grande de la región; Una Casona de antaño, con largas columnas y árboles que
custodiaban la entrada principal, y en la puerta un diminuto aviso que indicaba:“La Enramada”,un arete que
sobresalía en el corazón de la madera y un tapiz adornado con la Luna y el Sol
en perfecta armonía, le daban la “Bienvenida” al viajero o al cliente de
paso. De esta casa se decían muchas cosas: Se detenía el tiempo, se ganaban amores
o se perdía la vida.
La “Enramada” era un sitio místico, mágico, alegre. En ella, se
desbordaban las lentejuelas, la escarcha y los perfumes mezclados entre el
cigarro y el alcohol. Un sinfín de historias se construían en su interior, un
extraño contonear marcaba la hora y una luz, la luz escarlata de la esfera de
cristal, hechizaba a mujeres y hombres por igual.
Era la llamada hora del
“Ángelus”, pero esto sólo lo sabía Lucrecia.
A su paso, un distinguido
caballero se alza el sombrero y le tiende la mano para que suba sin tropiezos
los primeros escalones. El vehículo había quedado a escasos metros de la puerta
principal, y un concierto particular de sonrisas y tambores se escapaba ante el
cadencioso baile de una mujer que ataviada en Rojo Sangre, enroscaba una
serpiente en su garganta.
Avanzaron hacia la barra. Sus
ropas sobresalían ante el barato desfile de vestidos de flores y camisas
arremangadas. Él, era un muchacho de rostro vivaz, alegre y Mujeriego, vestía
un bien cortado traje de color azul. Victoria,
su acompañante, cubría la mirada con gafas que le abarcaban hasta el pómulo,
alta y de contextura delgada, expandía su pecho al ritmo de la respiración. En
sus manos, surgían vigorosas tres pulseras doradas.
Su piel, blanca y de finas facciones, cobraba mayor lucidez al
ser adornada con dos ojos azules que asemejaban las límpidas aguas del mar.
Aquellas dos figuras perdidas en
el centro del salón eran: Victoria
y su gran amigo Aquiles.- Las 7:00 de la noche,
hemos esperado lo suficiente como para que nuestra cita ya haya llegado, dijo la chica con tono de preocupación.
-¡Vaya lugar que has
escogido para tu “aventura”!. Yo sé que no debo hacer preguntas inútiles, pero
¿Cómo es que has concebido encontrarte con alguien en un sitio como este?.- Increpó el Joven acompañante. -Mi
querido amigo, en la Vida siempre tenemos una cita con Dios, cada segundo que
transcurre de nuestra existencia tenemos una cita con nuestro destino… Además,
¿Me vas a decir que tenías algo mejor que hacer que estar aquí?, relájate, de
seguro podrás conseguir algo para ti.
El hombre la miró pasmado. .-Ja! ¿Ahora me vas a decir que te
encontrarás con Dios aquí?.
Con movimiento seductor, Lucrecia, la que llamaban “La Gitana” bajó del escenario y
se acercó hasta los inquietos jóvenes. .-Nunca dude usted de eso, quizás
Dios puedo ser Yo.
En el salón había varias parejas
bailando. Lucrecia se perfumó con aceite de almizcle, guardó algunos billetes
que había obtenido después de danzar y alisó las mangas de su vestido. Victoria encendió un cigarrillo,
aspiró el humo… bebió un sorbo del licor que le habían servido y tiró los lentes sobre la barra.- He venido a que me lean las
cartas, he conversado con un viejo amigo y me ha dado algunas recomendaciones
sobre usted, le dijo titubeando la chica.
La Gitana la miró sonriente y dijo: .-Supongo que su amigo es el Periodista. Nunca pudo
recuperarse de la muerte de su hijo. Pero algo le advierto: En la “Enramada” siempre ronda la
muerte y el crimen.
La Mujer a la que nadie se
atrevía a llamar por su nombre se acercó a Lucrecia.
No se sabía muy bien quién era, ni de dónde venía pero le llamaban “La Gran Dama”, los más ancianos
decían que ella era la Aluca (Demonio Mujer) misma.
.-Así vas asustar a los clientes.
Yo sólo tengo que decir que en la “Enramada” sólo hay Bondad, Paz y alegrías. -Descuiden, interrumpió Victoria, las citas siempre son
un preámbulo a grandes aventuras… No le temo al destino.
Victoria y Aquiles caminaron
guiados por la Gitana. Una
mesa cubierta con fino mantel, extraños signos dibujados en la pared y
oraciones celtas recitadas por Lucrecia,
dieron inicio a la consulta. Un mazo de barajas se extendía sobre la mesa.
.-Veo que este no será un día
perdido. La primera carta que ha salido es la Trece (13); ¡El Arcano de la Muerte!. Victoria miró a Aquiles. No pudo
ocultar el temor que le causaba aquella revelación: “El Arcano de la Muerte”. De repente, todo se nubló, había
gritos en el salón contiguo y la serpiente emergió arrastrándose por el
pasillo. El silenció gobernó en el cuarto, Lucrecia
se contoneaba al compás de un ritmo casi imperceptible, tomó a Esmeralda entre
sus hombros e hizo sonar campanillas.
.-Que haya salido la carta Número
13, no significa que vas a morir. No “por los momentos”. Jajajjajajajaja.- dijo la Gitana en medio de la risa.
CONTINUARÁ…
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