La Muerte Toca dos Veces.

Mi sabio Padre solía decir que si en las solitarias madrugadas tocaban a la puerta, debíamos estar pendiente de dos cosas, primero, si era un toque, era un espíritu que andaba tras de ti, si eran dos, había que tener cuidado porque seguramente era la "Pelona", buscando a quien llevarse. 

El sonido del aire acondicionado rompía la monotonía de la noche, a ello se sumaba el tintinear del agua que se derramaba a cuenta gotas clamando no ser desperdiciada. El aire era espeso, en el sueño profundo un hombre había sido encerrado en un baño, se encontraba ansioso y atemorizado, huyendo de esas cosas que no sabes que son, pero que te causan un gran temor. Del otro lado de la puerta, una mujer y un hombre tocaban desesperadamente. Adentro, el ambiente se tornada pútrido y la visión se nublada. Una y otra vez el "Toc Toc" acompasado y lleno de desesperanza irrumpía la esquizofrénica escena. Las imagénes se diluyeron y el hombre se encontró sobre su cama, sintió que su espíritu se incorporó a su cuerpo que yacía, como un cascarón vacío sobre las frías e incoloras sábanas, con los ojos abiertos. Poco a poco fue regresando la visión y sobre el denso aire nocturno, se incorporó. 

Apartó la bruma invisible y colocó sus pies sobre el helado suelo, en ese instante, la Muerte llamó a la puerta. "Toc Toc", no hubo exaltación ni asombro, pues temía lo peor, esperaba encontrar un río de sangre bajando por la escalera y la estancia vacía, sin esperanza de que algún corazón latiera esa noche. Se asomó por la ventana y observó la reja del jardín abierta, ya no quedaba duda, alguien había sido asesinado aquella noche.  

Lo primero que miró fue la hora, esperaba derrotado que el reloj marcara las 3:00 a.m., ya que es la hora perfecta, la del "angelus", el momento ideal para que la masacre ocurriera. Para su sorpresa, era un poco mas de las 5:30 a.m., eso le dio un poco de calma. Antes de abrir la puerta colocó su oído sobre la añeja madera, tratando de encontrar algún sonido que diera indicios de lo que estaba sucediendo. Nada pasó. La calma era ensordecedora, el aire acondicionado era ya imperceptible. Abrió la puerta y encontró más oscuridad, no había sangre ni cuerdas, ni menos un cuerpo degollado cuyas partes estuvieran esparcidas por las escaleras. Se asomó despacio, abriéndose paso entre la neblina espesa e invisible que empañaba sus ojos, subió lentamente los escalones y el tintinear del agua encrispó sus sentidos. El aire estaba áspero, su respiración se tornó pesada y casi ni pudo pronunciar palabra. 

Todo está bien, suspiró. 

Cerró sus ojos y se encontró de nuevo con el pasado. Allí estaba ella, la desconocida, recordándole cada pecado. Lo único que él sabía hacer era obedecer. No era un monstruo ni un pecador, no lo consideraba así, pero el recuerdo del niño muerto le arañaba el cerebro una y otra vez. Se retorció entre las sábanas y miró sus manos cubiertas por el carmesí de la sangre, casi angélica, de áquel niño, que aunque estaba deforme, no merecía su destino. Le arrancó la piel como quien desprende el envoltorio de un regalo. Sus entrañas no sintieron repulsión, vació la sangre en baldes de color azul y acarició el rostro, ahora indeleble en su memoria, del niño muerto. Otro hombre, de cabello blanco, observaba con placidez la dantesca escena. Sorbió un poco de vino y se sonrió, dejando entrever sus amarillos y desgastados dientes.

Los delicados y adorados huesos, cubiertos de un tierno y hemático color rosa, aún calientes, quien sabe por qué, fueron envueltos en plástico azul, como las lágrimas de Sabina. 

Las dos chicas, una rubia, con gran porte y altivez, la otra morena de exóticos ojos verdes, se bañaban desnudas en una especie de balde gigante en medio de la oscuridad y en aquel baño putrido y desesperanzador. Debajo de ellas, los huesos crujían reclamando libertad y descanso eterno. 

Una niña se acercó y entregó dos huevos, de ellos nacerían el salvador de la humanidad, pero también el anticristo. Emergieron dos polluelos, uno de ellos blanco, con un plumaje delicado y fino que destilaba un aroma exquisito que hacía salivar, como un dulce néctar, tal vez como el maná que salvó a los Judíos. La otra ave, había emergido de su cascarón, mostrando una piel calva y áspera. Un pico largo y rosado, era casi tráslucido, etéreo. La niña lo levantó con delicadeza y dijo, el pobre ha nacido sin plasma. En ese instante su piel se tornó brillante, con nacaradas chispas de luz que causaban en los presentes una extraña aflicción. 

El hombre decidió quedarse con la nívea ave. Se sorprendió que las mujeres aún danzaban en el agua, mancillando los adorados huesos. Ya casi todo el mundo lo sabía, la culpa invadía cada centrímetro de su ser, recorriendo sus venas y desatando temerosas pulsaciones. Se dedicó a recogerlos y miró con celo al ave sin plasma, que recibía instrucciones de una voz venida desde el Hades, o eso parecía ser, se asombró al ver que podía cambiar su forma, se transformó en un diminuto caballito con cola de arcoiris. Algo en su cerebro le dijo que podía estar equivocado. 

Debía deshacerse de los huesos, llevarlos al cementerio y quemarlos en la entrada tal vez, pero eso llamaría mucho la atención, y lo que más anhelaba era realmente pasar desapercibido. Una voz de ultratumba lo interrumpió, recordándole que todo estaba invertido. Fue entonces cuando reaccionó, el Anticristo estaba suelto y él lo estaba criando. 

De pronto la escuchó de nuevo, "Toc Toc" y su cuerpo se encontró inerte, sobre la misma fría cama. Ahora flotaba sobre el aire espeso, reposando sobre los brazos de la muerte, aquella dama sin cabello había por fin acabado con sus pesadillas, terminando con el delirio de haber matado a un engendro, condenándolo a llevar consigo los rosados y dulces huesos, mientras la salvación del mundo dependía de un pollo, sin plasma y capaz de convertirse en pony, que para mayor contradicción había sido alimentado por el Dios del Averno. 

FIN.

África

Suena en el silencio,
más a menudo se siente,
son aquellas palabras que han dejado los seres,
y trascienden entre los chasquidos del fuego.

Siente... es la voz del agua que acaricia el alma,
Escucha el silbato del viento,
ÁFRICA!!! resuena entre mis ancestros.

Los Muertos no están muertos,
aún cuando la maleza suspira
y las hojas sollozan,
ÁFRICA!!! son mis ancestros,
y es la sombra que se alumbra,
la pasión que se espesa.

Miro en la arena, en la palma y en la montaña
voy entendiendo, que los muertos no están bajo la tierra
están dentro de ti,
de la raíz del árbol que da vida,
del trueno que ensordece
del rayo que ciega,
de la luz que oprime
en las multitudes,
en el silencio.

Esta es la voz del viento,
el soplo del ÁFRICA mía,
de mis ancestros muertos
que siguen en pie,
aún no desvanecidos
mi vida es ÁFRICA y no se han ido.

No están Muertos!
Están en la mirada del cazador furtivo
del cascabel que llama,
del verde del bosque
dentro de ti,
dentro de mi,
Son mis ancestros!

África es mi vida,
y en la madera que gime,
en las letras que esbozo,
en la hierba que llora,
en la piedra que golpea, siempre estarás tu.