bien un antojo del destino y el homenaje a una melodía, que como todos los cuentos, comienza con el "érase una vez..."
En aquellos días, seguramente mi mamá andaba deslumbrada por aquella melena negro azabache del cantante que engalanaba los escenarios con su voz y que seducía con melodías nostálgicas y cargadas de romanticismo a un público mayormente femenino. Creo que inclusive antes de yo nacer, ya tarareaba la canción: "Que no me falte tu cuerpo jamás, jamás. Ni el calor de tu forma de amar, jamás (...)". Y créanme que eso, para mí, era bastante extraño, sobre todo porque yo soy un perro, de cuatro patas, con pelo y cola chistosísima que ando moviendo como si impulsos eléctricos recorrieran mi cuerpo.
Tampoco soy afecto a ningún movimiento de izquierda, ¿Es que acaso te has dado cuenta de lo que dije?: SOY UN PERRO, no tengo partido político, ni profeso religión (aunque en estos días me bautizaron), tampoco se manejar un vehículo ni me alcanzan las patitas para escribir en pizarrones. Es difícil contar mi historia. Alguno por allí, gente que ni me conoce, ni sabe lo que siento, se atrevió a llamarme "Cienfuegos", a mí eso me suena así como a vaquero. Puedo acostumbrarme a ello, siempre que los cubanos no se enfaden conmigo por usar un nombre que ni yo escogí.
El hecho es que tendrían que escuchar a mi mamá cantar esa canción, parece que se le sale el alma cada vez que grita: "Jamás, Jamás (...)". Ese que llaman Camilo Sesto, como que se las trae, pero tiene razón, lo que siento por mi mamá es "Un amor sin cadenas ni edad". Aunque yo no sepa ni cuantos años tengo.
Reconozco que hasta este punto no he hecho más que hablar, digo, ladrar, como un lorito (que cosa más extraña, un perro que se cree loro y un loro que ladra), y no les he dicho nada en concreto; pues bien, hablaré de mi mamá, aunque ella no tiene pelos ni cola, ni siente esos impulsos eléctricos que me desesperan y hacen que quiera salir corriendo detrás de todo aquello que se mueva. Recuerdo que me llevaron chiquitito envuelto en una sabanita que aún tenía el aroma perruno de mi verdadera mamá y me lo dieron para que no estuviera triste; debo ser sincero, nunca lo estuve, porque cuando abrí los ojos vi esa mágica sonrisa y escuché una vocecita que me llenaba de apoditos y mimos (algunos no me gustaban, pero me fui adaptando), quedé cautivado. Creo que allí fue cuando comencé a entender aquellos gritos: "No dejaré de quererte jamás, no dejarás de quererme jamás".
CONTINUARÁ